Under Pressure x Queen

Presión
Aplastándome
presión aplastándote a ti
ningún hombre la pide.
Bajo presión
Ese fuego que
derriba un edificio
divide a una familia en dos,
pone a l gente en las calles.

La maldita máquina de matar x Billy Bond y la pesada del Rock and Roll

Tengo que derretir esa máquina de matar,
tengo que derretir esa maldita máquina de matar.
Para que nunca más vuelva
a destruir lo que hacemos con amor, amor.

Desencuentro x Almafuerte

Estás desorientado y no sabés,
qué bondi hay que tomar, para seguir.
Y en triste desencuentro con la fé,
querés cruzar el mar, y no podés.
La araña que salvaste te picó.
Qué vas a hacer.
Y el hombre que ayudaste te hizo mal,
dale que vá.
Y todo un carnaval, gritando pisoteó,
la mano fraternal que Dios te dió.

miércoles, 9 de marzo de 2011

bonavena, pablo; nievas, flabián; "el miedo sempiterno"

Fuente: Arquitectura política del miedo / Flabián Nievas... [et.al.]; compilado por Flabián Nievas; dirigido por Robinson Salazar Pérez y Melissa Salazar Echeagaray. - 1a ed. – Buenos Aires: Elaleph.com, 2010.


EL MIEDO SEMPITERNO
Flabián Nievas*
Pablo Bonavena**
Jean Paul Sartre decía que “todos los hombres tienen miedo. Todos”;
para agregar que “el que no tiene miedo no es normal”,1 Su carácter abarcativo
también lo comparte Thomas Hobbes, a quien citaremos en más de
una ocasión, al sostener que “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos:
yo y mi miedo”.2 Obviamente, estas afirmaciones inapelables son fáciles
de compartir no obstante lo cual, en los últimos tiempos, pareciera que
este rasgo de normalidad se va tornando exagerado o que, cuanto menos,
sufre alteraciones importantes. Esto es así en al menos una buena parte del
hemisferio occidental, particularmente en las grandes concentraciones
urbanas, en las que vivimos rodeados de personas que padecen una nueva
patología que altera las emociones: los ataques de pánico.3 Las interacciones
de la vida cotidiana o las más inmediatas se ven alteradas por este extraño
mal que los especialistas en salud diagnostican con una asiduidad
equiparable a otro mal, con el que convivimos durante muchos años, el
* Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales / CBC – UBA.
** Sociólogo. Instituto “Gino Germani” – Facultad de Ciencias Sociales – UBA / Facultad
de Humanidades – UNLP.
1 Sastre, J. P.; Le Sursis, París, 1945, pág. 56. Hay edición castellana, El emplazamiento, Madrid,
1983. Alianza Editorial. Citado por Delumeau, Jean; El miedo en occidente (Siglos XIVXVIII).
Una ciudad sitiada. Editorial Taurus, Madrid, 1989, pág. 21, cita 43.
2 Citado por Marina, José Antonio; Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía; Barcelona,
Anagrama, 2006.
3 En Estados Unidos constituye actualmente la segunda causa de consulta psiquiátrica.
Algunos especialistas la califican como la enfermedad del momento junto con la fobia
social, patologías que se implicarían mutuamente.
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stress, padecimiento éste que, curiosamente, en una de sus acepciones en el
campo de la psicología significa “carente de valor”.4
El miedo, aparentemente, crece como una epidemia aunque, de manera
paradójica, hay voces que identifican el ser cuidadoso o tener cuidado (es
decir, actuando en consecuencia al mismo, y por lo tanto acentuando el
perfil del miedo) con la salvación, reivindicando entonces la necesidad de
sentir miedo como consigna de las acciones cotidianas.5
Podemos interpelarnos entonces preguntándonos si hay un miedo
normal o, incluso bueno, y otro nocivo o malo; si, por caso, existe un temor
saludable y otro patológico. La mayoría de los especialistas nos respondería
que sí. Queda planteada de esta manera una tensión entre ideas
divergentes, que podrían ordenarse en una polaridad: el miedo paraliza y
enferma, o moviliza y libera fuerzas creativas. Evidentemente ambas cosas
son ciertas, predominando una u otra según las personas (cuando se trata
de individuos) o las circunstancias históricas (cuando se trata de colectivos).
Las preguntas pertinentes que se imponen son, por una parte, ¿qué
polo hegemoniza hoy los comportamientos individuales y colectivos?, y,
por otra, ¿a qué nos referimos específicamente cuando aludimos al miedo?
Comenzaremos por la segunda, que determina el objeto que abordamos.
¿Qué es el miedo?
Es muy difícil dar una respuesta inmediata –y mucho menos ordenada–
al interrogante, sobre todo si se pretende abarcar las dimensiones que
podría cubrir el miedo, tanto una dimensión individual como una social
(colectiva).6 En realidad, hay varias respuestas y no es fácil unificarlas en
una definición general común, puesto que son brindadas desde variadas
disciplinas científicas y aún dentro de alguna de ellas desde divergentes
marcos epistémicos que tienen, innegablemente, supuestos difíciles de
asimilar entre sí. No obstante ello, no nos alejamos en demasía de ninguna
4 Watson, Peter; Guerra, persona y destrucción, México D.F., Editorial Nueva Imagen, 1982,
pág. 57.
5 Una breve presentación de esta idea, que en parte supone una interpretación de la mencionada
obra de Jean Delumeau, véase en Reguillo, Rossana; “La construcción social del
miedo. Narrativas y prácticas urbanas”; en Ciudadanía del miedo. Rotker, Susana Editora;
Editorial Nueva Alianza; Venezuela, 2000, pág. 187.
6 La debilidad que acabamos de confesar queda, en parte, disimulada por una fuerte afirmación
de Delumeau que viene en nuestro socorro: “Nada hay más difícil de analizar que el
miedo, y la dificultad aumento todavía cuando se trata de pasar de lo individual a lo colectivo”.
Delumeau, J.; El miedo en occidente... Op cit., pág. 27.
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de ellas si decimos que el miedo emerge frente a amenazas de diferentes
orígenes e intensidades que provocan disímiles reacciones orientadas a la
protección. En efecto, ante un peligro el temor mueve al sujeto o grupo
amenazado a la búsqueda de amparo o defensa, brindando posibilidades
para la supervivencia de las especies. Ante una inseguridad brota el miedo.
“El miedo libera un tipo de energía que tiende a construir una defensa
frente a la amenaza percibida”.7 Sin embargo, las consecuencias del miedo,
aunque se logra, a veces con altas dosis de eficacia, no son fáciles de controlar
o direccionar.
Cuanto más nos aproximamos al nivel del individuo podemos afirmar
que el miedo es una respuesta emocional de los humanos ante diversos estímulos,
pero compartida por el resto de los animales; por eso es posible pensar
que estamos frente a una reacción de tipo natural, espontánea.8 El ser
humano individual tendría así la facultad de reaccionar de manera prereflexiva
ante un peligro, lo que común y jocosamente se llama “pensar con
los pies”. Sin embargo –centrándonos ahora en el nivel de lo colectivo–,
podemos sospechar que la estampida de una manada puede tener atributos
similares a algunos comportamientos de las multitudes humanas, de donde
surge que también es una propiedad común, y no específicamente nuestra.
Esta característica típica (junto a otras) constituyen el objeto y fundamento
de la eutonología y su disciplina asociada, la sociobiología.9 El casi desconocimiento
de la primera en el ámbito de las ciencias sociales –no así dentro
del campo de la etología– ha concentrado las críticas en la última, señalándosele
que la pretensión de explicar conductas humanas (sean éstas de
carácter individual o grupal) más allá de límites muy estrechos y en comportamientos
puntuales y circunstancias particulares, es muestra de un
ostensible determinismo biológico. Con el recaudo de tales críticas, no
obstante, muchos de los aportes realizados desde tales enfoques no deben
ser desdeñados, ya que las respuestas a nuestro interrogante pueden involucrar
factores biológicos, bioquímicos, neurológicos, psicológicos y motores,
además de los sociales; a veces considerados aisladamente o, en la ma-
7 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188.
8 Reguillo, Rossana; op cit, pág. 188.
9 Es muy difícil establecer separaciones claras entre la eutonología o etología humana y la
sociobiología. La diferencia estriba sobre todo en el punto de mirada: la eutonología estudia
las funciones neurofisiológicas y deriva de ella conductas sociales, mientras que la sociobiología
indaga las conductas sociales en sus bases biológicas. Recorren casi idéntico camino,
pero en sentidos opuestos.
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yoría de las ocasiones, combinados de diferentes maneras y con diversos
matices y énfasis variados.
Las certezas mayores se localizan en el nivel más restringido de lo individual.
Jean Delemeau sostiene, en una definición bastante convencional,
que a esta altura analítica el miedo “es una emoción-choque, frecuentemente
precedida de sorpresa, provocada por la toma conciente de un peligro
presente y agobiante que, según creemos, amenaza nuestra conservación”.
10 Tal situación genera reacciones que tienen, según varias opiniones,
orígenes muy variados. Uno de los argumentos instala el punto de partida
de la reacción en el hipotálamo –una región primitiva del cerebro, que
regula las funciones primarias– que movilizan a todo el cuerpo –dando una
respuesta que se conoce como hiperestimulada o del stress agudo– que,
paradójicamente, puede oscilar entre una tempestad de movimientos o la
parálisis.11 Esta diferencia se podría explicar por una divergencia en la producción
química de nuestro organismo. El eutonólogo Henri Laborit afirma
que el temor es una sensación producida por la liberación de adrenalina,
que “es la neurohormona del miedo, que desemboca en la acción, huida
o agresividad defensiva, mientras que la noradrenalina es la de la espera en
tensión, la [que produce la] angustia, resultado de la imposibilidad de controlar
activamente el entorno.”12 Vemos como el miedo es asociado a la
situación de angustia, pero no se los asimila sino que se los distingue. Una u
otra vivencia refieren a la puesta en funcionamiento de un mecanismos defensivos,
desarrollado por la adaptación, pero común a las distintas especies
animales, que tienden a la autopreservación, que según el tipo de neurohormona
específico que se segregue promueve, haciendo una analogía con el
campo militar, tanto una defensa activa (adrenalina) como una defensa
pasiva (noradrenalina). Laborit explica que cuando la acción del sistema
nervioso central para asegurar el placer “se demuestra imposible, entonces
entra en juego el sistema inhibidor de la acción y, en consecuencia, la liberación
de noradrenalina, de ACTH [hipófisis de corticotropina] y de glucocorticoides
con las incidencias concomitantes vasomotoras, cardiovasculares
y metabólicas, periféricas y centrales”,13 dando lugar así al surgimiento
10 Delumeau, J.; op cit., pág. 28.
11 Esta evaluación tiene base en Delpierre, G,: La peur el l’être; Tolouse, 1974. Citado por
Delumeau, Jean; op cit; páginas 28 y 29.
12 Laborit, Henri; La paloma asesinada. Acerca de la violencia colectiva, Barcelona, Editorial Laia,
1986, pág. 50.
13 Laborit, Henri; op. cit., pág. 47.
ESTE LIBRO FUE AUTORIZADO POR ELALEPH.COM PARA EL USO EXCLUSIVO DE
ALBERTO HORACIO RODRÍGUEZ (RODRIGUEZGALEY@GMAIL.COM)
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de la angustia. En la misma línea, aunque desde un enfoque completamente
distinto, Jean Delumeau sugiere, basándose en una importante cantidad
de fuentes bibliográficas, que “el temor, el espanto, el pavor, el terror pertenecen
más bien al miedo; la inquietud, la ansiedad, la melancolía, más
bien a la angustia”, agregando que “el primero lleva a lo conocido; la segunda
hacia lo desconocido”, alternativa que transforma en más pesada a la
angustia, pues la imposibilidad para identificar claramente la fuente de la
inseguridad tiene un impacto devastador.14 En esta vinculación coinciden
otros especialistas, como Paul Tillich, para quien el miedo y la angustia son
distinguibles, pero no separables.15 Hay quienes, estableciendo otro tipo de
vinculación entre ambas sensaciones, sostienen que la angustia se corporiza
a través del miedo.16 De modo que si bien el término angustia es utilizado
frecuentemente como un sinónimo de la palabra miedo, en el campo de los
especialistas tal equiparación sería una sobresimplificación. Por último, hay
quienes no establecen dicha distinción; Zygmunt Bauman sostiene que “el
miedo es más temible cuando es difuso, disperso, poco claro [...]; cuando la
amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas partes, pero
resulta imposible de ver en ningún lugar concreto”,17 siendo que sería aplicable
para esta descripción, tal como venimos viendo, la noción de angustia.
No obstante los variados posicionamientos, el problema mayor aparece
cuando uno quiere proyectar esta definición a nivel colectivo y, más aún,
social. El estudio del miedo en una escala macrosocial tiene cierta tradición
secular a partir de Gustave Le Bon, Sigmund Freud, José Ramos Mejía,
José Ortega y Gasset, entre otros, continuados usualmente en el ámbito de
la psicología social, y referidos en general a grupos específicos en situaciones
bien definidas (situaciones de amenazas inmediatas tales como incen-
14 Delumeau, J.; op cit, pág. 31. Esta idea presenta problemas si la ponemos en correspondencia
con lo expuesto por Laborit. Si el miedo, que provoca reacción, se asocia a lo conocido,
y la angustia, que genera inmovilismo, se vincula a lo desconocido, no podríamos
explicar una situación de una amenaza muy concreta e inminente, como la que sufre un
prisionero a punto de ser ultimado, que en ocasiones genera inmovilismo. Del mismo modo
quedaría por fuera de este esquema explicativo la ansiedad que, producto de la angustia,
provoca actividad desbordante y desordenada.
15 Tillich Paul; El coraje de existir, Editorial Estela, Barcelona, España, 1969, pág. 20. Citado
por Lira Kornfeld, Elizabeth; Psicología de la amenaza política y el miedo. (1991), publicado [en
línea] http://www.dinarte.es/salud-mental/.
16 Glaze, Alejandra; “El miedo, el pánico, el vértigo”. Nota publicada en el diario Página/12,
Buenos Aries, 29 de Enero de 2006. Fragmento del prólogo a Una práctica de la época. El
psicoanálisis en lo contemporáneo, por Alejandra Glaze (comp.), Editorial Grama.
17 Bauman, Zygmunt; Miedo líquido, Buenos Aires, Editorial Paidós, 2007, pág. 10.
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dios, aglomeraciones, batallas, etc.).18 Pero aún así se trata de agregados
relativamente homogéneos que actúan en espacios acotados y reaccionan
frente a fuentes de peligro cercanas en el tiempo y el espacio. No se puede
decir que se trate del nivel social, entendiendo por éste un grado mayor de
agregación, una mayor heterogeneidad, y la inclusión de elementos históricos
y culturales, cuya influencia puede ser determinante en esta escala, y
nula o muy débil en el nivel colectivo o grupal. El pasaje del nivel grupal al
social no es una simple conversión o adición. La inquietud sobre los alcances
de esta operación es ineludible, especialmente si uno mantiene reservas
sobre la pretensión de resolver la explicación de los comportamientos a
nivel social como una mera suma de las individualidades y sus acciones,
maniobra aritmética tan tentadora como dudosa para abordar la complejidad
de lo social.
Tenemos entonces que la emergencia de la angustia y del miedo tiene,
por una parte, un anclaje neurofisiológico, con lo cual se sitúa por fuera de
la razón –aunque, como veremos luego, ésta puede estimularlo–, pero por
otra parte los humanos no somos animales cualesquiera, y podemos claramente
percibir diferentes niveles de miedo, volviendo más complejo el
análisis que debemos encarar sobre este fenómeno.19
De manera independiente a tales consideraciones, hemos visto que de
manera mayoritaria el miedo suele conceptuarse como una respuesta defensiva
a una amenaza concreta, cierta. El peligro que irradia la intimidación
puede ser definido; se puede determinar –al menos en algún grado–
18 Aquí encuentran lugar las teorías del comportamiento colectivo para la explicación de las
acciones de masas y las explicaciones de las conductas por el peso de la imitación.
19 Vale la pena preguntarse si las palabras miedo, pánico, pavor, vértigo, terror, angustia,
temor, tensión, horror, recelo son sinónimos o constituyen una escala de intensidad del
miedo diseñada por el sentido común. Ya hemos efectuado algunas consideraciones sobre
la demarcación entre miedo y angustia y haremos otras. Pero más allá de sutilezas, controversias
y la localización de los niveles de intensidad, es posible decir en una primera
aproximación general que “miedo, angustia, ansiedad, temor, terror, pánico, espanto,
horror, son palabras que se refieren a vivencias desencadenadas por la percepción de un
peligro cierto o impreciso, actual o probable en el futuro, que proviene del mundo interno
del sujeto o de su mundo circundante”. Lira, Elizabeth; “Psicología del miedo y conducta
colectiva en Chile”. Boletín de la Asociación Venezolana de Psicología Social, Venezuela de julio de
1989, pág. 5. Sin embargo, es interesante señalar que el horror es entendido, también, como
un caso especial que además de involucrar al miedo en una cuota generosa contendría asco
y conmoción. Bericat Alastuey, Eduardo; “La cultura del horror en las sociedades avanzadas:
de la sociedad centrípeta a la sociedad centrífuga”. Revista de Investigaciones Sociológicas;
Madrid, España, Nº 110; Serie Artículos; Abril a junio de 2005. pág. 62.
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de dónde viene y sus alcances. Pero tal circunstancia sólo cubre una parte
del espectro de situaciones posibles. La intervención del orden social no
solo mitiga el miedo; en su redireccionamiento también genera nuevas
derivaciones de esta sensación. Así se construye lo que Zygmunt Bauman
denomina miedo de “segundo orden” o, siguiendo a Hugues Lagrange,
“derivativo”: “un miedo –por así decirlo– «reciclado» social y culturalmente”.
20 Se trata, en lo esencial, de una suerte de prevención condicionada
sobre una fuente de peligro difusa, que nos mantiene alertas de manera
permanente ante una indefinida pero no por ello menos peligrosa amenaza
potencial. A veces las amenazas son vagas, difusas o indeterminadas, características
que en lugar de transformarlas en más inofensivas las potencian,
al punto de que en muchas oportunidades se prefiere que, de una vez por
todas, la amenaza se concrete como una realidad cuyo peligro es menos
agobiante que la incertidumbre.21 Esto nos orienta en un posible ordenamiento
de estas sensaciones: la mayor insoportabilidad de la angustia que
provoca la espera en tensión la colocaría un escalón por encima del miedo.
En refuerzo de esta idea está el hecho de que el miedo es una sensación
episódica (coloquialmente se dice que se “vive angustiado”). En contraposición
a esto debe considerarse que la sensación de miedo suele ser más
intensa que la de angustia.
Ahora bien, la angustia pareciera ser una característica sino exclusivamente
humana, o al menos muy fuertemente desarrollada en la especie, en
tanto es la única autoconciente de su propia finitud: la certeza de que la
muerte sobrevendrá inexorablemente. Y esta angustia, que suele calificarse
como existencial, es procesada socialmente desde prácticamente nuestros
orígenes como especie en los ritos religiosos. Elias sostenía, agudamente,
que “el ser humano intenta una y otra vez disimular esta total indiferencia
de la naturaleza ciega e inhumana por medio de imágenes nacidas de la
fantasía que se corresponden mejor con sus deseos.”22 Freud es menos
contemplativo y va más allá al asegurar que “no podemos menos que caracterizar
como unos tales delirios de masas a las religiones de la humani-
20 Bauman, Zygmunt; op. cit., pág. 11.
21 López Ibor, José Miguel; “Miedo, terror y angustia”. Nota publicada en el diario El Mundo,
España, el 29 de enero de 2005. En el terreno bélico, suele ocurrir que la espera de un ataque
es tan tensionante para quien la protagoniza que el ataque mismo es vivido con alivio aunque,
claro está, signifique la posibilidad intangible e inminente de la mutilación o la muerte.
22 Elias, Norbert; Humana conditio (Consideraciones en torno a la evaluación de la humanidad), Barcelona,
Editorial Península, 1988, pág. 17.
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dad.”23 Sin embargo, sea producto del deseo o un mero delirio, la religión
o, más ajustadamente, el pensamiento religioso (que bien puede ser laico),24
es una realidad tangible, y está íntimamente vinculado con el miedo que
como sujetos y especie tenemos a la muerte. Pero así como exorcizamos
socialmente esa angustia, no es menos cierto que el miedo tiene también,
en nuestra época, un fuerte contenido social, que se gestiona y actúa colectivamente.
Es social, por lo tanto, en un doble sentido; producido socialmente,
y con efectos colectivos. Si la producción es social y no fisiológica,
el efecto ha de ser también distinto al individual. Al ser colectivo, el peligro
está menos visible. Pero es a la vez omnipresente. Y esa omnipresencia ha
llevado a algunos estudiosos del tema a considerarlo casi como un producto
meramente cultural,25 aunque no falta quien matiza esta apreciación,
dándole rango de ineluctable al miedo, pero negando que su coacción sea
lo que nos mantiene unidos.26
23 Freud, Sigmund; El malestar en la cultura, en Obras Completas, Buenos Aires, Amorrortu,
1992, tomo XXI, pág. 81. En un trabajo previo, El porvenir de una ilusión, caracteriza a la
religión como “neurosis universal”.
24 Es característica del pensamiento religioso (o mítico-mágico) su estructura teleológica,
finalista, que contiene implícita una suerte de ordenamiento preexistente –o “diseño inteligente”,
como sostienen algunos creacionistas–. Este tipo de pensamiento, opuesto al teleonómico,
puede observarse incluso en reputados científicos, naturales y sociales y también
en organizaciones políticas que fundamentan su existencia en ideales ateos.
25 En la base de este razonamiento se encuentran proposiciones como esta: “Si bien es
cierto que el miedo es inseparable de la vida social de cualquier grupo o sociedad, y que ha
estado presente a través de todos los tiempos –como postulan los sociólogos positivistas–,
también es cierto que el miedo no existe en abstracto, se objetiva y cristaliza en formas
específicas de acuerdo con las tradiciones religiosas, las cosmologías de grupo social y en
relación con la historia, como postulan los antipositivistas”. Luna Zamora, Rogelio; Sociología
del miedo. Un estudio sobre las ánimas, diablos y elementos naturales. Universidad de Guadalajara,
Guadalajara, México, 2005, pág. 29.
26 “No hay que hacerse ilusiones, la producción y reproducción continua de los miedos
humanos es algo inevitable e inexcusable siempre que los hombres traten de convivir de
una u otra forma [...]. Pero tampoco debemos creer o imaginarnos que los mandatos y los
miedos que hoy dan su carácter al comportamiento de los hombres tengan como «objetivo
», en lo esencial, estas necesidades elementales de la convivencia humana”. Elias, Norbert;
El proceso de la civilización, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1989, pág. 529.

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