Under Pressure x Queen

Presión
Aplastándome
presión aplastándote a ti
ningún hombre la pide.
Bajo presión
Ese fuego que
derriba un edificio
divide a una familia en dos,
pone a l gente en las calles.

La maldita máquina de matar x Billy Bond y la pesada del Rock and Roll

Tengo que derretir esa máquina de matar,
tengo que derretir esa maldita máquina de matar.
Para que nunca más vuelva
a destruir lo que hacemos con amor, amor.

Desencuentro x Almafuerte

Estás desorientado y no sabés,
qué bondi hay que tomar, para seguir.
Y en triste desencuentro con la fé,
querés cruzar el mar, y no podés.
La araña que salvaste te picó.
Qué vas a hacer.
Y el hombre que ayudaste te hizo mal,
dale que vá.
Y todo un carnaval, gritando pisoteó,
la mano fraternal que Dios te dió.

lunes, 11 de julio de 2016

Enrique Valencia Lomelí, profesor e investigador mexicano sobre la narrativa de mercado


“La narrativa de mercado trata de deslegitimar a los opositores de las reformas”

El investigador mexicano analiza la persistencia de una narrativa que lleva más de 30 años de reformas orientadas por políticas neoliberales. Lejos del desgaste frente a un panorama de escaso desarrollo social –un 50 por ciento de pobreza sostenida desde hace 30 años en México y una muy alta desigualdad–, la narrativa de mercado se repite y es efectiva, según Valencia Lomelí.

Por Julia Goldenberg
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En la base de este relato existe una coalición tecnocrática nacional e internacional obsesionada por la baja inflación, por sostener un salario mínimo extraordinariamente bajo y un conjunto de acuerdos de apertura comercial. ¿Cómo funciona esta narrativa? ¿Cuáles son los actores involucrados? ¿Qué condiciones estructurales sostienen dicha narrativa?
–Hace algunos meses presentó en Buenos Aires, en la sede de Clacso, un trabajo que llevaba por título “La (no) extraña persistencia de la narrativa de mercado” ¿Qué significa y por qué entre paréntesis la palabra “no”?–Si analizamos el desempeño económico y social de México de los últimos 30 o 35 años, parecería muy extraña la persistencia de una narrativa de mercado que ha durado mucho tiempo y ha sido muy consistente. Entonces, teniendo un desempeño económico muy pobre en algunos indicadores y viendo el desarrollo social, donde existe una persistente pobreza y una alta desigualdad que no cede, cabe la pregunta ¿Cómo es posible que se mantenga esta narrativa triunfante? Por otra parte el “no” entre paréntesis, es lo que intento discutir, apunta a los fundamentos de una narrativa que persiste a pesar de los indicadores que arroja. Quienes defienden esta narrativa en México han configurado una coalición internacional que promueve este tipo de discursos. O sea, hay un fundamento de tipo sociopolítico, es decir una asociación de coaliciones mexicanas pro-mercado, con coaliciones internacionales pro-mercado. Por eso juego con esas dos dimensiones: por un lado es extraña la persistencia de esta narrativa, pero por otro lado tiene fundamentos sólidos que la sostienen.
–¿En qué consiste esta estrategia discursiva que se reproduce desde hace 30 años?–Al inicio se genera la necesidad de introducir una reforma. Lo que se dice es que se trata de una reforma indispensable. Incluso se señala que la economía nacional no puede seguir adelante, si no se hace esta reforma. Entonces se busca la legitimidad a nivel nacional, en los medios políticos, académicos, de comunicación, etc. Hay toda una campaña para instalar la legitimidad de la reforma. Luego se busca identificar a los opositores para deslegitimarlos. Según esta narrativa, los opositores están en contra de la reforma porque no hacen un análisis correcto, porque tienen intereses propios, ocultos, etc. Según esta narrativa, el ámbito académico también se opone a la reforma porque los académicos no saben nada de la economía nacional, no saben lo que se vive en el mundo. A esto le sigue la etapa que consolida la reforma en términos legales y reglamentarios. Una vez alcanzada la formalización, viene la etapa de festejos de celebración por los cambios. ¡Como si una simple reforma legislativa cambiara la economía nacional! En esta etapa, se dice “hemos logrado transformar el país” y lo celebran quienes promueven estas reformas, pero además los organismos internacionales, los medios de comunicación afines, etc.
Acto seguido, viene la aplicación de la reforma en la vida cotidiana y sabemos que esta es compleja porque la economía no cambia con una simple ley y al poco tiempo empiezan a aparecer las limitaciones. Es decir, no se consigue todo lo que habían señalado que se iba a conseguir. Entonces viene la siguiente etapa: una nueva reforma, que viene completar un ciclo reformista que no ha terminado. Dicen “es necesario introducir una nueva reforma”. Así vuelve a iniciar el ciclo discursivo. México se ha reinventado no sé cuántas veces, por ejemplo con la reforma comercial, con la ola de privatizaciones, etc.
–¿Cómo está formada la coalición pro-mercado que mencionó previamente?–Esto se puede ver en varios paìses del mundo donde hombres de Estado antes de cumplir con funciones públicas eran miembros de familias empresariales o bien pertenecían a grandes empresas, etc. Hay un juego entre la entrada y la salida de instituciones públicas a privadas y viceversa. En EEUU varios autores como, por ejemplo, Stiglitz cuestionan este fenómeno llamado de “puertas giratorias” donde hay una circulación que va del Estado norteamericano a Wallstreet y se reproduce en sentido contrario. Algunos hombres de Wallstreet de pronto pasan a ser dirigentes de instituciones públicas que tienen que ver con cuestiones financieras, con el manejo de políticas monetarias, etc. En España este debate referido a las puertas giratorias estuvo muy presente en el debate electoral. Existen propuestas para reglamentar este corredor que va del sector privado al sector público y viceversa. En México esto se ha vivido en los últimos años, donde algunos personajes que fueron muy importantes en las reformas de mercado al poco tiempo se volvieron directores de grandes empresas. Este fue el caso del sector de las telecomunicaciones con Telefónica. Así como ocurrió con las empresas ferroviarias donde algunos hombres migraron desde el sector público y se convirtieron en miembros de los consejos de administración de estas empresas que fueron privatizadas y ahora son estadounidenses. Hace poco en México se ha lanzado la reforma energética y ya vemos funcionarios públicos que cumplieron con cargos importantes que ahora se han vinculado al mundo de las empresas energéticas y petroleras. Ese esquema cementa de una manera muy firme el poder de esta tecnocracia. No es una tecnocracia meramente pública, es una tecnocracia vinculada al sector privado. Este pegamento poderoso entre intereses públicos e intereses privados le da continuidad a esta tecnocracia. Por último, en México hubo una extranjerización de los bancos privados, con la reforma financiera. En su momento quedó un solo banco privado nacional (porque la mayoría fueron a parar a manos extranjeras) que fue dirigido varios años por un ex director del Banco Central, quien además estuvo al frente del Ministerio de Hacienda y otras instituciones públicas financieras. Entonces tenemos el mundo bursátil, el mundo bancario, el mundo financiero, empresas de telecomunicaciones, energéticas y de transporte donde hay una asociación de intereses públicos y privados muy arraigada.
–¿En qué medida es también una coalición internacional?–Para cerrar la conformación del poder nacional e internacional, existe una asociación con organismos internacionales. Por ejemplo, tenemos hombres de Estado que pasan a ser dirigentes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), etc. En la OCDE hay un funcionario que fue muy importante en todos los procesos de reforma financiera del país, en las negociaciones de la deuda externa mexicana, en fin en varias reformas. Existe entonces un poder nacional con ligas internacionales. Por eso, no concuerdo con quienes plantean que las reformas económicas de mercado en el caso mexicano (y en otros casos latinoamericanos) son una simple imposición internacional, donde el Banco Mundial y el FMI imponen estas políticas y México como un corderito inocente va hacia el precipicio. Esto no funciona de forma unilateral. No quiero dejar de reconocer el enorme poder que tienen todavía estas instituciones, especialmente las financieras. Pero lo que quiero destacar es que las reformas de mercado en México no son “made in FMI” solamente, también lo son, pero primero son locales. Es decir, esto es poderoso y durable gracias a una coalición nacional e internacional.
–¿Qué significa que la economía de México es “perversamente estable”?–En nuestro país, lo que se busca con las políticas de enfoque de mercado es estabilizar lo que tiene que ver con el manejo de los precios. Se busca llegar a una inflación de un dígito o lo más cercano a la inflación de Estados Unidos. Hay una obsesión mexicana por tener una inflación muy baja. Con esto no quiero decir que yo sea favorable a las políticas económicas de alta inflación. Lo que cuestiono es ponderar el indicador de una baja inflación, como si fuera el indicador fundamental de desarrollo. Ese pensamiento es sumamente cuestionable. En México observamos el placer que siente la tecnocracia por haber logrado una inflación de un dígito. Ellos dicen, “somos un país estable y creíble porque logramos esto”. Durante la crisis del 2009 nuestro PBI llegó a bajar entre 6 por ciento y 7 por ciento pero las autoridades decían “lo logramos, somos estables, a pesar de todo tenemos baja inflación”. ¡Cómo si ese fuera el indicador fundamental! ¡Cómo si el crecimiento y la producción de satisfactores esenciales para la vida de los ciudadanos quedara en un segundo lugar! Como si lo importante fuera el precio bajo, cuando esto es un simple medio. ¡Excelente que tengamos precios bajos! Pero que nos permitan tener dinamismo. Entonces en este sentido la tecnocracia insiste con la idea de que somos creíbles para las calificadoras internacionales, se jactan de que tenemos un déficit público controlado, etc. En contrapartida, el dinamismo económico y el desarrollo social quedan en un segundo plano. Tenemos alrededor de 30 años de crecimiento económico muy limitado. Por eso yo decía que somos perversamente estables, porque efectivamente tenemos una baja inflación y tenemos indicadores macroeconómicos relativamente estables. Pero, por otro lado, tenemos una pobreza estable que se mantiene alrededor del 50 por ciento, así como una desigualdad relativamente estable y muy alta.
–El 50 por ciento de la población mexicana son aproximadamente 60 millones de personas. ¿Cómo se comportan los movimientos sociales, las organizaciones, los sindicatos frente a este panorama?–En México, las principales centrales sindicales tienen una larguísima tradición de vinculación dependiente del Estado. Si vemos la política salarial mexicana de los últimos 40 años, la oposición de las centrales sindicales frente a estas políticas ha sido mínima. Tenemos una reducción del salario real en México muy importante. En los últimos 30 años, la coalición conservadora tecnocrática mexicana ha sido hábil para seguir asociada a los líderes de estas centrales sindicales. ¿Cómo se asocian? Bueno, con negociaciones, con acuerdos, beneficios, etc. No hay negociaciones sindicales para solicitar aumentos salariales en determinadas circunstancias que vayan por arriba de la inflación. No todos los sindicatos, pero una buena parte de las centrales sindicales son dependientes de la tecnocracia actual y de los viejos políticos del PRI de los años 60’ y 70’. Por otra parte existen organizaciones civiles ciudadanas muy activas en ámbitos sectoriales pero no han logrado oponerse de manera exitosa a este proceso de reformas de mercado. Especialmente oponerse en el sentido de negociar cambios en la reformas que apunten a alcanzar beneficios sociales. Creo que las acciones ciudadanas en general, que han sido muchas en estas décadas, no han logrado cambios sustanciales en las reformas de mercado en términos nacionales. En ámbitos locales o regionales o sectoriales, las acciones ciudadanas han resistido o han frenado el alcance de estas reformas, con alternativas de solidaridad y de organización propia; en el ámbito nacional no han logrado articularse en una coalición nacional exitosa para generar alternativas con enfoque de derechos sociales. Por último, algo fundamental a considerar es que la tecnocracia ha avanzado con la generación de programas sociales de transferencia de rentas y de servicios que benefician parcialmente a estos 60 millones. O sea, hay reparto de recursos limitados. Para las poblaciones que viven en situación de pobreza y algunos de pobreza extrema, el hecho de contar con recursos permanentes, aunque sean pocos, si no tienen empleo suficiente o empleo digno, se vuelve determinante.
–La represión parece ser un factor estratégico para instalar esta narrativa.–El recurso a la represión tiene larga historia en el México corporativizado. Generalmente el viejo Estado recurría a las componendas con sus aliados corporativos, a la negociación de prebendas; recurría a la represión cuando las organizaciones corporativas (o movimientos en el seno de ellas) buscaban autonomía o políticas diferentes. Hay larga historia de represión a los movimientos médicos, ferrocarrileros, electricistas. En esa larga historia hay que ubicar la represión a los maestros disidentes. En la historia reciente, la narrativa de mercado trata de deslegitimar a los opositores de las reformas. La idea es avanzar en las reformas lo más rápidamente posible sin necesidad de deliberación o diálogo; la consulta es llevada a los mínimos posibles. Deslegitimar al oponente es clave: ¿cómo dialogar con opositores tan “atrasados”, tan “violentos”, tan “interesados”, etc.? Se construye así un adversario fácil de combatir: “¿Para qué dialogar con opositores sin legitimidad?” es el discurso de fondo; dicho de otra manera, no hay opositores legítimos. Los maestros opositores son presentados como enemigos de los estudiantes, de la educación misma. La tecnocracia hegemónica no es ejemplo de deliberación democrática. En el marco del gobierno actual el recurso a la represión se está convirtiendo en una práctica recurrente. Lo más notable es que algunos casos relevantes se dirigen a estudiantes, maestros y comunidades, de zonas con fuerte presencia indígena y de campesinos pobres. La desigualdad socioeconómica se está expresando así también en desigualdad sociopolítica con violencia y represión como en Ayotzinapa, Guerrero, y Nochixtlán, Oaxaca.
–Usted presentó un cuadro comparativo, con datos de la CEPAL, donde se muestra el salario mínimo real en Brasil, Chile, México y Argentina. En 2014, Argentina presentaba el salario mínimo real más alto entre estos países y México el más bajo. ¿Por qué dice que este indicador es el corazón del asunto?–Creo que es el corazón del asunto porque en el caso mexicano el indicador salario, especialmente el salario mínimo, nos muestra el pensamiento “en vivo” de esta tecnocracia conservadora. Precisamente recurrí a este gráfico con el índice de salarios desde 1980 hasta 2014 y presenté el caso mexicano comparado con Brasil, Chile y Argentina. Entre 1980 y 2000 hubo una reducción de las 2 terceras partes del salario mínimo mexicano, y de 2000 a 2014 el salario mínimo ha permanecido estable. Esa es la estabilidad perversa.
¿Por qué digo que ahí está la clave? Porque ese es el núcleo del proyecto económico mexicano: les interesa mantener los salarios muy bajos para poder ser exitosos en la inserción exportadora mundial. México en los últimos 20 años ha sido exitoso en sus exportaciones (con todos los límites que deben considerarse en esto). ¿Pero qué exportamos? Exportamos productos ensamblados, manufacturas, etc. Todo esto con una base en salarios extraordinariamente bajos en comparación con toda América Latina (no sólo con Chile, Argentina y Brasil). Si comparamos con otros países estamos en una situación de excepcionalidad en la región. Hay una fuerte resistencia frente a una política salarial más activa, de incremento real del poder de compra de los salarios, como lo han vivido Argentina o Brasil, por ejemplo. En México temen que si se toman políticas salariales activas se va a disparar la inflación. Si tomamos el caso de Corea del Sur, observamos que allí se han incrementado los salarios en los últimos decenios lo cual no desembocó en una alta inflación, al contrario tienen inflación de un solo dígito y las exportaciones coreanas no están basadas en salarios extremadamente bajos. En México, el año pasado por primera vez se discutió un cambio en la política salarial. El objetivo era poder incrementar el poder de compra del salario mínimo. Que los empresarios y la tecnocracia se opongan a un aumento del salario mínimo es comprensible. Lo que es sorprendente es que las centrales sindicales enviaron un comunicado indicando que no estaban de acuerdo con una política de incremento del salario mínimo, tal como se planteaba. Los sindicatos señalaron que eso iba a generar problemas a la clase trabajadora, lo cual cristaliza la asociación entre algunas centrales sindicales y las cúpulas del poder privado en México.
–Argentina se sumó como observador a la Alianza del Pacífico ¿Qué pronóstico indicaría para este país sobre su política económica exterior?–Las primeras reformas que vivimos en México fueron las reformas de apertura comercial. En un primer momento la tecnocracia de 1985 llevó adelante la apertura para romper con la historia de industrialización sustitutiva de las importaciones. Desde ese momento se realizó todo el proceso de reforma que yo señalaba, indicando que existía una necesidad de apertura. Se buscó deslegitimar a los opositores porque “era gente que no entendía las ventajas de la apertura a los mercados, etc”. La apertura fue la primera gran reforma. Luego vino el proceso de incorporación a los acuerdos comerciales. México se convirtió en uno de los líderes de la firma de convenios de apertura comercial, actualmente tiene convenios de libre comercio firmados con más de 40 países. A diferencia de América del Sur, México depende fundamentalmente del mercado estadounidense. Nuestras exportaciones van en un 80 o 90 % hacia los Estados Unidos. Entonces tenemos la expresión de que si EEUU tiene gripe, México tiene pulmonía. En la apertura comercial lo que tenemos es un incremento de la dependencia a un solo mercado. Cuando empezó la discusión sobre el tratado de libre comercio con EEUU y Canadá se lanzaron estudios econométricos, se escribía mucho para legitimar la reforma, planteos sobre el mundo feliz que viviría México gracias a esta asociación. Se dijo, además, que esto aumentaría los salarios reales de los trabajadores mexicanos, que bajaría la pobreza, etc. Pero lo que sucedió fue un incremento de relaciones comerciales con EEUU. La economía mexicana no creció, la pobreza no se redujo, como comenté, permanece estable. Las industrias trasnacionales asentadas en México han acentuado su productividad de una forma muy importante con la política salarial mexicana que ya conocemos. Pero no hubo dinamismo económico, ni desarrollo social. Entonces, pienso que estas asociaciones y tratados tienen que revisarse de una manera crítica. No me opongo a los acuerdos comerciales con otros países, pero deben basarse en reglas diferentes. Es necesario establecer acuerdos pero que contemplen las diferencias de desarrollo entre los países. Por ejemplo, el primer modelo de integración europea que incorporaba el reconocimiento de los desniveles de desarrollo de los países europeos parece que ya se les olvidó. Algo a destacar es el secretismo en este tipo de negociaciones y discusiones, por ejemplo con el famoso acuerdo de la alianza transpacífico donde los acuerdos se difundieron cuando ya estaban firmados. Lo que es más terrible es que no acaban de difundirse de manera plena. No está claro los costos que vamos a tener en materia sanitaria con la presencia de los intereses de las grandes trasnacionales farmacéuticas. En principio soy escéptico respecto de estas alianzas que acentúan y extreman el libre mercado.
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lunes, 4 de julio de 2016

Boaventura de Sousa Santos analiza la embestida de la derecha en la región y su relación con el “fascismo financiero"


“Los más poderosos son quienes más salen del juego democrático para después imponerlo a los de abajo”

En medio del actual proceso de transición regresiva en varios países de la región, como Argentina y Brasil, el reconocido jurista y sociólogo propone continuar con la lucha por la igualdad para impulsar un nuevo ciclo constituyente que haga frente a los intentos destituyentes. Los logros alcanzados en los últimos años y sus límites. Los errores de los gobiernos progresistas.

Por Natalia Aruguete y Bárbara Schijman
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Los logros en el nivel de consumo alcanzados en los últimos años en la región no se han podido sostener en el tiempo. La embestida de los sectores de derecha en distintos países de América Latina, asume el investigador portugués Boaventura de Sousa Santos, pone de manifiesto la “fragilidad” de tales conquistas. Frente al actual proceso de transición regresiva en países como Argentina, Brasil, Ecuador y Venezuela, el reconocido jurista y sociólogo propone continuar con la lucha por la igualdad. No una igualdad clásica, sino una agiornada, que define como “igualdad con diferencias”.
–¿Qué nuevas formas cree que toman las luchas por la igualdad en América Latina?–Las luchas por la igualdad han sido luchas tradicionales en este continente, ya que es un continente muy desigual. Las desigualdades se han profundizado a lo largo de las últimas décadas, excepto quizás en los últimos 12 o 15 años, dependiendo de los países. Algunos gobiernos, salidos muchas veces de movimientos populares, lograron realizar alguna redistribución social aprovechando el boom de los commodities y el alza de precio de los productos primarios; con eso integraron en el consumo –aunque no en términos de ciudadanía, por lo menos en el consumo–, a millones de personas en el continente. Claro. Se está demostrando que estos logros son frágiles y reversibles. De hecho están siendo ya puestos en cuestión en varios países: Argentina es uno de ellos, Brasil puede ser el próximo, Ecuador también, y Venezuela. Dado que no ha sido un proceso sostenible, la lucha por la igualdad debe continuar. No se trata de una lucha clásica por la igualdad entre clases, sino que se trata de una “igualdad con diferencias”.
–¿En qué sentido “igualdad con diferencias”?–Desde los años 90, pero sobre todo después de 2000, hay una lucha muy fuerte por el reconocimiento a la diversidad protagonizada, sobre todo, por los movimientos indígenas y afrodescendientes. Ya había obviamente una lucha de las mujeres por la diferencia, por la diversidad, pero estos dos movimientos –el afrodescendiente y el indígena–, tuvieron un impacto enorme sobre todo en algunas de las constituciones, como las de Bolivia y de Ecuador, para mostrar que la igualdad para ser incluyente debe tomar en cuenta las diferentes maneras de pertenecer a una cierta comunidad política que es el Estado. Esos fueron logros. Ahora, en este momento, estamos en un proceso de reversión, de transición regresiva.
–¿A qué se refiere cuando habla de que “asistimos a un nuevo ciclo constituyente”?–Cuando hablo de procesos constituyentes me refiero a procesos que buscan intentar ver de qué manera se puede abrir otro ciclo una vez que éste está agotado o que se presenta como un proceso destituyente, en la medida en que los derechos conquistados se están destituyendo, a veces a través de cambios constitucionales, otras veces sin cambios constitucionales. Por eso también es que las constituciones se están revelando como un papel mojado y con poca eficacia; ellas, que fueron creadas fundamentalmente para crear la idea de seguridad y que podrían aguantarse momentos cíclicos complicados. Pero no es así. Tenemos un tipo de estado de excepción en el que no hay suspensión de las constituciones, no hay dictadura, todo parece hecho dentro de una normalidad democrática pero el hecho es que la democracia se está espaciando. Por eso el apego a un proceso constituyente es a un nuevo proceso que pueda blindarse en relación a las debilidades del proceso anterior.
–¿A qué atribuye el cambio de signo político de algunos gobiernos de la región?–Creo que es producto de muchos errores por parte de algunos gobiernos, que en su parte final y producto de la degradación del ánimo político, tenían casi actitudes suicidas. Todos sabemos que quizás la presidenta Dilma Rousseff no fue necesariamente la mejor opción para suceder a Lula.
–¿Por qué lo cree?–Fue una decisión personal suya postular a una persona que nunca se había presentado a elecciones en ninguna parte. Una buena técnica, pero quizás buena para gobernar en períodos de bonanza y no en períodos de turbulencia. Por eso digo que hubo un casi suicidio. Pienso que los gobiernos progresistas no prestaron la atención necesaria para ganar victorias contundentes. Para eso era necesario mantener una lealtad con los grupos sociales con los cuales trabajaron durante años; lealtad que no mantuvieron. Al final de sus mandatos implementaron políticas casi ofensivas.
–¿Por ejemplo? ¿A cuáles se refiere concretamente?–Por ejemplo, en el caso de Dilma, el hecho de nombrar para ministra de agricultura a Kátia Abreu, la gran mujer representante de los agronegocios. Y así tantas otras cosas ocurrieron en otros países que hicieron parecer que se estaba traicionando todo lo que se había prometido en la campaña electoral. Fueron muchos errores. La gente no es estúpida. La gente quería esta redistribución, ¿quién no? Solamente la clase media puede ser muy crítica por temor a que se le recorte algún beneficio, pero sigue teniendo su salario, su coche... Pero la gente que estaba muy abajo y que finalmente pudo comer, ir al colegio, ir al supermercado… a esa gente le gustaría poder sostener esa política. El caso es que los gobiernos no fueron lo suficientemente elocuentes para que la gente pudiera advertir que lo que la derecha y los medios de comunicación decían era realmente falso.
–Usted atribuye estos cambios de signo político a la fragilidad de los logros alcanzados en los últimos 15 años. Sin embargo, en algunos países los cambios se dieron por la voluntad popular...–Es una buena pregunta pero complicada de responder. Estos cambios de transformación y de políticas de redistribución social están siendo eliminados a través de procesos democráticos. Por eso puede decirse que es el pueblo el mayor beneficiario de estas políticas, el que se muestra ingrato y vota en contra. En ese sentido habría varias cosas que decir.
–¿Cómo cuáles?–Primero, es claro que estos gobiernos progresistas cometieron muchos errores; hay quienes no consideran a estos gobiernos progresistas, yo los sigo denominando así en el sentido de que buscaron una redistribución social en un continente marcado por las desigualdades que venían desde la Colonia. Uno de esos errores fue no aprovechar la gran oportunidad que se les dio para transformar políticamente la sociedad: hacer reformas políticas, reformas del sistema fiscal, de los medios de comunicación, de la economía. Y al contrario, de una manera perezosa, aprovecharon el aumento de los commodities y el alza de precios de las materias primas para permitir, a partir de esto, una redistribución social que era dependiente de los precios. Al mismo tiempo, permitieron a las clases oligárquicas, a los sistemas financieros, a los ricos, enriquecerse como nunca. No aprovecharon la gran aceptación, casi hegemónica, que tuvieron en algún tiempo para transformar la política de manera de poder resistir a una situación más adversa. Por eso es que estas formas de inclusión no fueron realmente formas de inclusión democrática y ciudadana.
–¿Qué tipo de inclusión observa en estos procesos?–Fueron formas de inclusión por el consumo. En ese sentido, estos nuevos sujetos políticos, que en muchos casos por primera vez podían comer tres veces al día, no fueron invitados a ejercer el control sobre las políticas públicas mediante mecanismos de democracia participativa, tampoco fueron invitados a debatir sobre el servicio que se daba en los hospitales y se quedaron, por así decirlo, como pasivos recipientes de un consumo que ahora les era permitido. Por eso esta inclusión es frágil, por eso permite que esta población que fue realmente beneficiada esté sujeta a influencias que pueden de alguna manera disfrazar y pervertir todo lo que se hizo.
–Puntualmente, ¿a qué influencias se refiere?–Hay influencias sin las cuales no podemos entender qué está pasando. En primer lugar, la presencia de un fascismo mediático. En mi trabajo he distinguido diferentes formas de fascismo: el fascismo del apartheid social, el fascismo territorial, el fascismo paraestatal, el financiero y, obviamente, el fascismo mediático. El fascismo mediático es aquel que permite a los medios, a través de la concentración mediática, manipular de una manera grosera la realidad y las percepciones de la vida cotidiana, de la vida política, de manera que la gente se sienta traicionada por los que apoyó anteriormente y que piense que los que le dieron una nueva vida a través de la inserción en el consumo son los responsables de la crisis. Eso fue lo que ocurrió a través de una manipulación mediática muy inteligente y poderosa que se hizo en todo el continente.
–¿Qué otros elementos coadyuvaron a este tipo de influencias?–El segundo factor es la presencia del imperialismo norteamericano. No se puede ocultar más que los errores internos que cometieron los gobiernos progresistas no serían tan graves si no hubiera una fuerza internacional muy fuerte proveniente del imperialismo norteamericano que opera por diferentes mecanismos, que por supuesto ahora no son las dictaduras militares pero que son las presiones del sistema financiero internacional y la financiación de organizaciones democráticas en varios países que son democráticos desde la fachada pero que aplican condiciones hostiles a los gobiernos progresistas. Sin ir más lejos, en Brasil está absolutamente documentada la presencia de los hermanos Koch, muy conocidos en Estados Unidos por ser de los más ricos y de los que más promueven políticas de derecha.
–¿En qué consistió el rol de los hermanos Koch en el impeachment llevado a cabo contra Dilma?–Los Koch Brothers han financiado muchas organizaciones que están hoy en la calle pidiendo el impeachment de Dilma. El imperialismo norteamericano aprovechó los errores cometidos por los gobiernos progresistas para atacar con una violencia sin precedentes. Empezaron por los pequeños países: primero Honduras, luego Paraguay con el golpe parlamentario a Fernando Lugo. Y ahora están intentando con los grandes países: Venezuela, Brasil y Argentina, y debemos decir que lo están haciendo con bastante éxito y que por eso hay que empezar de nuevo.
–¿En qué consiste el “fascismo financiero”?–Todas las formas de fascismo son formas infra-políticas, no son parte del sistema político, que es democrático, pero condicionan las formas de vida de los que están abajo a través de desigualdades de poder que no son democráticas, que son inmensas y permiten que los grupos que tienen poder casi obtengan un derecho de veto sobre las oportunidades de vida de quienes están más abajo. Si eliminan la escuela pública y la salud pública la gente con bajos recursos podrá enviar a sus hijos a la escuela si es que tiene un amigo o padrino. Ahora, si el padrino no quiere pagar entonces sus hijos ya no irán a la escuela. Es la filantropía: el veto sobre la oportunidad. Es la discrecionalidad, que ocurre de diferentes formas. Por ejemplo, la discrecionalidad de la policía ante los pibes que son negros o que usan gorra. Y que llaman “leyes de convivencia”, pero que no tienen nada de convivencia sino que cuestiona a cualquiera que tenga un comportamiento apenas distinto. Eso es fascismo. Es arbitrariedad. Lo mismo el fascismo del apartheid social. En todas partes hay zonas salvajes de la ciudad y zonas civilizadas, donde existen todos los requisitos de urbanidad, de seguridad y saneamiento básico, y otras zonas donde no hay electricidad, donde el agua está contaminada, etc. Todo esto en un marco de la legalidad. Una discrecionalidad por debajo de los procesos políticos, y por eso digo que vivimos en sociedades que son políticamente democráticas y socialmente fascistas.
–¿Qué rasgos distintivos encuentra en el fascismo financiero?–El fascismo financiero tiene una característica especial: permite salir del juego democrático para tener más poder sobre el juego democrático. O sea, alguien con muchísimo dinero puede ponerlo en un paraíso fiscal. De este modo sale del juego democrático de los impuestos, pero al salir se queda con más dinero y más poder para poder influenciar el juego democrático y además darles consejos a los ciudadanos de que no deben gastar tanto, que están viviendo por encima de sus posibilidad, que el Estado está gastando más en salud, por supuesto, porque el Estado no está siendo financiado con los impuestos que podría recibir si esta plata estuviera en el país. Se crea una corrupción de la democracia a través de la cual hay dos reglas: los que huyen de las reglas democráticas son los que se quedan con más poder para imponer las reglas democráticas a los otros. Esa es la perversidad del fascismo financiero. Claro que también tiene otras formas como las “agencias de rating” y la especulación.
–¿Qué hay del fascismo político?–Justamente, el problema radica en ver hasta cuándo se mantiene como fascismo social y cuándo se transforma en fascismo político. Porque hasta ahora, políticamente, las sociedades son democráticas. Hay libertad de expresión, relativa pero existe. Hay elecciones libres, por así decirlo, con toda la manipulación. Hay un mínimo de credibilidad democrática, pero los asuntos de los que depende la vida de la gente están cada vez más sustraídos al juego democrático y los más poderosos son quienes más salen de ese juego democrático para después imponerlo a los que están abajo. Esto a mi juicio es la situación en la que estamos y donde surge la necesidad de un otro proceso constituyente.
–El acceso al saber también es desigual. ¿Se puede hablar de un fascismo del conocimiento?–Lo que diría es que estamos asistiendo a la mercantilización del conocimiento. Durante mucho tiempo el conocimiento científico valió por su rigor y por la curiosidad de los cientistas que se decidieron a investigar un tema y que llegaban a conclusiones útiles para los países. Hoy ya no es así. El valor del conocimiento es un valor de mercado: el conocimiento contribuye a la innovación, genera patentes. Las universidades están ante una presión enorme por generar recetas propias del conocimiento. Se mercantiliza el conocimiento y por eso las propias universidades están cada vez forzadas a funcionar como corporaciones mercantiles, como empresas, los profesores como proletarios que producen para revistas de impacto, y los estudiantes como consumidores. Hay una mercantilización general del conocimiento y es esto que ha dado impulso al trabajo que me domina hoy sobre las “epistemologías del sur”: intentar llevar a cabo una lucha radical en todo el conocimiento. Por eso trabajo tanto con los movimientos sociales, para mostrar que el conocimiento científico es importante y no se puede demonizar, que la ciencia demuestra que los transgénicos o los insecticidas contaminan el agua y destruyen la vida, que debemos usar esa ciencia, pero tener en cuenta que esa ciencia no es la única válida. En este sentido es necesario descolonizar el saber para poder democratizar la sociedad, despatriarcalizarla y desmercantilizarla.
–¿Es posible aplicar su concepto de “apartheid social” a las políticas segregacionistas hacia los refugiados que se despliegan en varios países europeos?–Toda la razón en mencionar a Europa, que está bajo la misma presión. Los refugiados son un caso extremo de una política de exclusión, pero lo más significativo es todo el sistema de fascismo financiero, disciplinario, que se aplicó en Grecia, Portugal, España, y que se está aplicando en otros países para intentar exigir que todos los países sigan la misma línea conservadora, de privatización, de liberalización, de destrucción de servicios públicos como salud y educación, de privatización de los servicios que son rentables para el capital. Europa puede hoy con menos arrogancia reconocer y entender mejor lo que pasa en América Latina.
–¿Por qué?–Porque durante mucho tiempo pensó que ciertas situaciones sólo sucedían en países menos desarrollados, pero hoy Europa está pasando por un proceso de subdesarrollo: algunos países que estaban más desarrollados ahora están siendo subdesarrollados (el caso de Grecia es muy dramático y, desde el año 2000, el caso de Portugal también). Portugal es el único país de la Unión Europea que tiene un gobierno de izquierda que puede ser destruido en cualquier momento por Bruselas porque no está muy interesada en gobiernos de izquierda. Pero es una lucha cada vez más común entre países latinoamericanos y europeos.
–¿Cuál es su mirada hacia los partidos de izquierda?–Creo que es necesario que redefinamos qué son las izquierdas y cuál es su forma política. Primero, no se puede decir que las izquierdas no aprendan. Voy a dar el ejemplo de la izquierda portuguesa. Durante mucho tiempo los comunistas pensaron que jamás podrían aliarse a los socialistas porque los consideraban de derecha. Ante la posibilidad de que una derecha siguiera gobernando Portugal por cuatro años más decidieron unirse al partido socialista.
–¿Por qué las izquierdas tienden a la fragmentación?–El problema es que la izquierda partidaria hizo lo que yo llamo “una sociología de ausencias”. Invisibilizó todo lo que no se designaba como izquierda y que no tenía la forma de partido. Por eso lo que falta, a mi juicio, es juntar estas diferentes dinámicas y, para eso, es necesario que las izquierdas abandonen la idea de que los partidos son la única forma de representación política. Los partidos tienen que pasar por una refundación donde la democracia participativa sea constitutiva de la formulación de las políticas, de los partidos, y de las elecciones de los candidatos.
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domingo, 3 de julio de 2016

¿Estamos presenciando un nuevo “paradigma sobre la desigualdad” en las Ciencias Sociales?

Mike Savage 

28/06/2016



Los científicos sociales han estado desde hace mucho tiempo interesados en la cuestión de la desigualdad, sin embargo han solido centrarse en sus aspectos teóricos y políticos. Esto está empezando a cambiar, escribe Mike Savage. Gracias a las investigaciones de diferentes académicos junto con los intentos de generar un trabajo interdisciplinar, el foco se está desplazando de los debates normativos hacia los problemas históricos, empíricos y técnicos de la desigualdad.

Comparadas con las ciencias naturales o médicas, las ciencias sociales pueden ser increíblemente conservadoras. Mientras que para los científicos naturales es una rutina definir su ámbito de conocimiento en términos de su capacidad para abordar “problemas” específicos, las ciencias sociales tienden por defecto a hacerlo aislándose en su disciplina de origen, básicamente escribiendo como economistas, sociólogos, politólogos, etc.; y jugando en el confort de la audiencia propia a su campo. Extrañamente, esta tendencia automatizada al aislamiento en la propia disciplina parece haber continuado en gran medida incluso en mitad de los masivos cambios sociales de los últimos años, de los cuales se podía esperar que condujeran a los científicos sociales a poner en común sus habilidades.
Si hoy en día quisiéramos reinventar las ciencias sociales desde cero, ¿realmente las levantaríamos con las mismas provisiones de las disciplinas actuales que dominan las universidades en todo el planeta? ¿Queremos todavía diferenciar la antropología y la sociología en estos tiempos postcoloniales? ¿No deberíamos desear idealmente un encuentro más estrecho entre la economía y las ciencias políticas dados los tumultos, simultáneamente políticos y económicos, de los últimos años? ¿No son todas nuestras preocupaciones fundamentalmente geográficas e históricas hasta el punto que desligarlas como disciplinas separadas las inutiliza? ¿Es realmente útil distinguir entre ciencias sociales “básicas” y “aplicadas”?
De cualquier manera, quizás la situación esté cambiando rápido. Desde hace más de una década el desafío de la desigualdad creciente podría ser considerado un problema real que causa una genuina sinergia interdisciplinar, y está forzando a las ciencias sociales a reexaminar sus lealtades disciplinares.
El significado de este “paradigma de la desigualdad” puede ser visto más directamente a través del sorprendente atractivo de los trabajos realizados sobre la cuestión de la desigualdad desde diferentes disciplinas de las ciencias sociales. Un rápido vistazo por las figuras más destacadas incluiría la obra de economistas como Tony Atkinson, Joseph Stiglitz y Thomas Picketty; de sociólogos como Beverly Skeggs, John Goldthorpe y David Grusky; de juristas como Kimberlé Crenshaw y Nicola Lacey; de epidemiólogos como Michael Marmot, Richard Wilkinson y Kate Pickett; de politólogos como Robert Putnam, Kathleen Thelen, Catherine Boone y Paul Pierson; de geógrafos como Danny Dorling, y de investigadores en políticas sociales como John Hills. La lista está de lejos de ser exhaustiva. Normalmente el trabajo de estos científicos sociales atrae más atención que el de sus colegas en otros campos, y arrastra su influencia a través de otras ciencias sociales. Uno de los aspectos más llamativos de estos preeminentes trabajos es que sus autores critican sus propias disciplinas como una manera de enfatizar la gran importancia que tiene poner en el primer plano los estudios sobre las desigualdades. La crítica de Piketty a los economistas no se muerde la lengua:
“Por decirlo sin rodeos, la disciplina de la economía debe sobreponerse a su pasión infantil por las matemáticas, la teoría pura y a menudo la especulación extremadamente ideológica, a expensas de la investigación histórica y la colaboración con otras ciencias sociales” (Picketty, El capital en el siglo XXI, p.32)
Más allá de estas importantes investigaciones, existe también un número de intentos de institucionalizar el trabajo interdisciplinar sobre la desigualdad. Ejemplos notables incluyen el International Inequalities Institute[1] de laLondon School of Economis and Political Sciences, el cual anunció recientemente una gran financiación por parte de Atlantic Philantropies[2]para formar liderazgos para combatir la desigualdad. Tales esfuerzos incluyen el programa interdisciplinar de Harvard en Inequality and Social Policy[3]; y la reciente inversión de la OCDE en el Centre for Opportunity and Equality[4]. En aquellos centros ya comprometidos con la pobreza existe también una tendencia clara por redefinir sus intereses e incluir otras formas de  desigualdad – este sería el caso del Centre for Poverty and Inequality Research[5]El Consejo Internacional de Ciencias Sociales se ha comprometido a que su Informe Mundial de 2016 esté dedicado a la cuestión de las desigualdades. En resumen: en un corto y rápido período de tiempo estamos buscando una firme inversión institucional en el campo de las desigualdades.
Los rápidos movimientos intelectuales de hoy en día alimentan el espacio teórico de la desigualdad. La más importante de estas intervenciones ha sido la eficacia de Picketty al desplazar el debate del plano predominantemente normativo y por tanto inherentemente politizado, a uno más técnico, empírico e histórico. Por ello, a pesar de que los científicos sociales han estado desde hace mucho tiempo interesados en la desigualdad, este interés ha sido dirigido desde una posición político y/o teórica específica – marxismo, feminismo, liberalismo, anti-racismo etc. – lo cual ha generado disputas y controversias fundamentales en lugar de ponerse a trabajar en los problemas mismos.
Por el contrario, al enfatizar la importancia de la desigualdad creciente en las últimas décadas, Picketty ha esquivado (aunque no erradicado) los debates normativos – él es muy cuidadoso en no entrar en los debates sobre si la desigualdad es mala per se –  y ha centrado el interés en la actual coyuntura en la cual la desigualdad está alcanzando niveles históricamente elevados. Al explorar lo distintivo de la desigualdad contemporánea (por lo tanto especificando en vez de generalizando la cuestión de la desigualdad) es posible que aquellos que tienen visiones fundamentales diferentes sobre la desigualdad encuentren sin embargo una causa común.
Ligado a este desplazamiento podemos identificar, en el sentido de Thomas Kunn, un número de ejemplos que representan cómo el estudio de la desigualdad puede profilerar, exportarse y expandirse. Como en las ciencias naturales, esto tiende a tomar una forma visual, especialmente en las curvas en forma de “U” que tan familiares nos son desde la obra de Picketty. Estas curvas muestran cómo la desigualdad de renta y de riqueza tendió a disminuir a mediados del siglo XX antes de comenzar a incrementarse en las décadas recientes. Estos modelos pueden tomar también la forma de la “Curva del Gran Gatsby” de Miles Corak, denominación popularizada por la White House, y que mostramos más abajo.
Este tipo de visualizaciones son ampliamente usadas por Wilkinson y Pickett para mostrar cómo las sociedades más desiguales están también asociadas con una gama de los peores resultados.
El significado de estos ejemplos necesita ser subrayado. Proporcionan repertorios visuales que nos permiten un acceso inmediato a ejemplos concretos de cómo la desigualdad es crucial. El poder de los modelos visuales en el trabajo de movilización es sorprendente, como podemos ver de forma clara en el maravilloso mapeo de las desigualdades de Danny Dorling. Sin embargo, esto también se presta a una reacción que está empezando a coger fuerza: que el paradigma de la desigualdad es fundamentalmente descriptivo y carece de ambición analítica.
Creo que esta objeción yerra el tiro. Lo que enseñan todas las investigaciones mencionadas anteriormente es que las estrategias descriptivas pueden ser usadas con objetivos analíticos. Sin embargo, no hay lugar a dudas de que centrarse en las dinámicas que generan las desigualdades es crucial para avances más profundos y deberían ser el foco de mayor atención.
Es claro, en mi opinión, que el paradigma de la desigualdad ofrece a las ciencias sociales una oportunidad extraordinaria para reequiparse y demostrar su relevancia actual. Para sacar la mayor ventaja de ello no podemos sencillamente confiar en nuestras visualizaciones y ejemplos – a pesar de lo impresionantes que sean – sino que necesitamos ampliar nuestro rango analítico y demostrar que entendemos las causas de la desigualdad. Este es el trabajo al que se ha comprometido el International Inequalities Institute de la LSE y el cual deseamos y desearemos que juegue un papel clave en futuros debates.

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