Under Pressure x Queen

Presión
Aplastándome
presión aplastándote a ti
ningún hombre la pide.
Bajo presión
Ese fuego que
derriba un edificio
divide a una familia en dos,
pone a l gente en las calles.

La maldita máquina de matar x Billy Bond y la pesada del Rock and Roll

Tengo que derretir esa máquina de matar,
tengo que derretir esa maldita máquina de matar.
Para que nunca más vuelva
a destruir lo que hacemos con amor, amor.

Desencuentro x Almafuerte

Estás desorientado y no sabés,
qué bondi hay que tomar, para seguir.
Y en triste desencuentro con la fé,
querés cruzar el mar, y no podés.
La araña que salvaste te picó.
Qué vas a hacer.
Y el hombre que ayudaste te hizo mal,
dale que vá.
Y todo un carnaval, gritando pisoteó,
la mano fraternal que Dios te dió.

jueves, 30 de abril de 2020

Tiempo y deseo en cuarentena

La noción desarticulada del devenir temporal


Podríamos decir que el tiempo es un ordenador, además de constituirse en una unidad de medida y ubicación para los seres humanos. A su vez, de la mano de esta conceptualización, hay un tiempo que nos ubica y que es efecto de un consenso social y cultural el cual habitamos.

El tiempo sucede, se nos va, “pierdo el tiempo”, “gano tiempo”, pasa, no es posible tomarlo entre las manos; sin embargo, el Yo intenta hacer algo con esto, aunque efectivamente siempre pierde la partida. Cuando era chica circulaba en mi casa un libro que se llamaba “¿Cómo dominar el tiempo?”, ni siquiera sé quién era su autor, pero me llamaba mucho la atención esas dos palabras: dominar y tiempo.

El tiempo se escurre de las manos de cada quien. Sabemos que el tiempo no depende de la voluntad, ni de la conciencia y, sin embargo, encuentra un principio y un fin en los bordes que construye históricamente, socialmente, culturalmente y subjetivamente -como mínimo.

El DNI dice de nuestro tiempo cronológico, pero no de nuestro tiempo subjetivo. Una vez escuché a una analista decir que siempre que un paciente viene a la consulta hay que preguntarse ¿en qué tiempo subjetivo se encontrará? Y si, hay dos tiempos --al menos--, el cronológico y el subjetivo.

Sin embargo, esto no resuelve mis interrogantes sobre el tiempo actual o “entre-tiempo” que vivimos a partir del aislamiento.

Si en el intervalo que se produce entre la satisfacción y la necesidad comienza el deseo --me remito al comienzo de la vida donde el bebé que nace llora y el Otro interpreta que es por hambre, le da de comer y así satisface su necesidad--, ¿es en ese mismo intervalo donde comienza el tiempo? ¿Cuál tiempo? En principio podría pensar que confluyen allí, en el inicio, ambos tiempos. Luego, el Otro primordial se encargará también de marcar en el cuerpo diferentes ritmos con su presencia y ausencia, que irán marcando los tiempos subjetivos.

Si el deseo comienza al inicio junto al tiempo sería utópico pensar que los seres humanos deseen un tiempo sin falta. El tiempo falta, como el deseo que es pura falta. La promesa de la pura felicidad ya quedó destartalada, sin embargo, sostenemos la creencia de que en algún lugar “alguien tiene la posta”, de que habría una garantía de cómo ser felices y dejar de padecer de nuestros viciados síntomas. La pandemia vino a demostrar que nadie tiene la posta, nos dejó a todos sin una respuesta. Respuesta que sabíamos, era una ilusión, pero que, sin embargo, cada tanto, uno paseaba por ahí --por los lugares de la garantía del Otro-- y se sentía un ratito casi, casi, en plenitud.

La pandemia se llevó un organizador fundamental de nuestro Yo: la noción de cómo se distribuye nuestro tiempo ha quedado descompaginada.

¿Cómo qué cosa nos matamos en este entre-tiempo que nos trajo la pandemia? ¿Estamos viviendo como testigos de nuestra propia muerte? Creo que no. La clínica y las charlas con otres lo demuestran también. El deseo del sujeto del inconsciente se mantiene vivo, así como el tiempo, por más de que no se lo cuente a nuestro Yo.

Claramente, es otro ordenamiento del tiempo cronológico, pero el tiempo subjetivo --donde quizás estaba detenido-- continúa su partida, las respuestas que tenía o que no tenía para vérmelas con lo que falta están allí, al servicio de este entre-tiempo. A veces de más, a veces de menos. Algunos síntomas comienzan a hermanarse con otres: “por momentos me aburro”, “a veces no me alcanza el tiempo”, “me fastidio”, “me gustó hacer esto que tenía pendiente”, “me di cuenta de que tenía que parar”, etc. Son los discursos que dibuja la época de la pandemia y el aislamiento entre los seres parlantes.

Nunca leí aquel libro que les contaba, el de “¿Cómo dominar el tiempo?” y, sin embargo, podría responderle: no hay posibilidad alguna de dominarlo.
El Yo se siente “un extranjero en su propia casa”, lo dijo Freud hace más de 100 años. Lo es. No por esto vamos a decir que en tiempos de aislamiento “debemos armar rutinas y hábitos para sentirnos mejor”, si lo hacemos está buenísimo, seguramente el Yo se sienta más organizado y de esa manera maneje cierto grado de satisfacción, le damos un like a eso (¡y de a ratos funciona!).

Pero en este “entre” (entre-tiempo) hay algo que sigue pulsando y que no olvidemos, es indestructible porque nace en el inicio de los tiempos, se llama deseo. Y de ese no nos tenemos que olvidar.

El deseo desde que nace, indestructible como digo, se encuentra “entre”, siempre recorriendo aquello que falta. Deseamos porque hay falta. La realización del deseo no consiste en satisfacerlo sino en reproducirlo como deseo. Diana Rabinovich en una de sus hermosas clases nos contaba sobre el juego de las sillas, si lo recuerdan bien, este juego solo puede realizarse si una silla falta, sino no hay juego.

Que ese deseo pulse es ya casi una realización del mismo, que pulse para volver a encontrarnos, que pulse para escribir, pintar, dormir, mirar Netflix, que pulse para sostener nuestros análisis, que pulse para seguir atendiendo, que pulse para volver a abrazarnos, para volver a tocarnos, para volver a besarnos, que siga pulsando… Es la única garantía, dentro del tiempo subjetivo y fuera del tiempo cronológico, de que estamos vivos. ¡Qué paradoja!

Florencia González es psicóloga y psicoanalista, docente de la Facultad de Psicología de la UBA e Investigadora UBACyT.

sábado, 18 de abril de 2020

La pandemia la creó Bill Gates o los celulares

Leyendas urbanas y desinformación

Fuente: Página 12

Ya se sabe que en internet no hay límites y que la gran regla es que no hay reglas. Con lo que la red es la gran caja de resonancia de tonterías, paranoias y calumnias interesadas, todo potenciado por la cuarentena global y el coronavirus. En este momento, dos versiones, una interesada y otra simplemente boba, son las más comunes en las redes sociales. La primera es la que acusa al multimillonario Bill Gates de haber creado el coronavirus o de estar aprovechándose de la actual crisis. Gates es un viejo blanco de la derecha norteamericana, que ama acosar a los ricos que no sean reaccionarios y que parece haberse aburrido de atacar a George Soros. El problema con el co creador de Microsoft es que su fundación -una de las mayores del mundo, con casi 50.000 millones de dólares de capital- hace años que apoya campañas globales de vacunación, una fuente de profunda paranoia en la derecha de EE.UU.
Este síntoma de malestar social en un país es difícil de explicar en otros donde vacunar a los chicos no sólo es normal sino que es obligatorio. Un amplio sector de la sociedad norteamericana etá convencida de que la vacuna dañan a sus hijos o son por lo menos innecesarias. Estos grupos, abundantes en las redes, recogen cada caso remoto en que una vacuna tuvo efectos secundarios negativos, que lo hay, y lo transforma en la regla. Todo esto es empaquetado en la habitual desconfianza a todo lo que sea Estado: si el gobierno -nacional, estatal, local- quiere que te vacunes, por algo malo será. Por algo las autoridades sanitarias norteamericanas están preocupadas por una segunda epidemia posible, esta vez una de sarampión entre los tantos chicos que no se están vacunando. Bill Gates habría inventado y dispersado el coronavirus para convencer al mundo de darse una siniestra vacuna. Uno de los que vociferan más fuerte esta versión es Robert Kennedy Jr, hijo del asesinado fiscal y sobrino del también asesinado presidente, un conocido militante anti-vacunación.

Además de apoyar las vacunas, Gates acaba de disparar la paranoia de la derecha diciendo que hay que expandir los tests y los controles a los portadores sanos, única manera de controlar el contagio y eventualmente reabrir el país. Fue una explosión de insultos y acusaciones, la más difundida que el millonario quiere aprovechar para implantarle un chip a millones de personas con la excusa de controlar sus desplazamientos. Pero en realidad, lo quiere hacer para controlar su información privada o, según las versiones más lanzadas, para controlar sus pensamientos con nuevas y siniestras tecnologías.
 La segunda versión paranoida, según el sitio especializado Zignal Labs, es la que dice que el contagio del coronavirus es favorecido por el campo electromagnético de las nuevas torres de 5G. Esta es una variante más moderna de la vieja versión, jamás probada ni remotamente, que las antenas de celulares causan cáncer en los que viven cerca.


domingo, 12 de abril de 2020

Los riesgos de Zoom y las ventajas de Jitsi

Zoom se transformó de la noche a la mañana en una herramienta indispensable para la vida cotidiana. Pero detrás de la pantalla hay un modelo de negocios que afecta la seguridad de los usuarios y hasta la soberanía de los países. Jitsi es una alternativa libre que da más garantías e implica otra concepción sobre la tecnología.

Alumnos sin acceso a la educación a distancia: la pandemia saca a la luz grandes desigualdades

Fuente:
The Conversation
Academic rigor, journalistic flair



Ante el imparable avance de la COVID-19 y su expansión a nivel mundial, una de las primeras medidas recaía directamente en las aulas. De un día para otro, los aproximadamente 10 millones de estudiantes que hay en España, según datos del Ministerio de Educación y Formación Profesional, se quedaban en casa.
Y junto a ese cerrojazo educativo surgían las primeras dudas, y algunos miedos también, sobre cómo dar respuesta a los alumnos y seguir apoyando su proceso de aprendizaje sin su presencia en las aulas.

Resurge el mundo online

En este punto, como respuesta ante el nuevo escenario que ha irrumpido en nuestras vidas, es cuando resurge el mundo on-line como modo alternativo a la educación presencial, ganando la credibilidad que durante muchos años se le ha negado al presentarlo como algo ajeno al ámbito educativo y cuyo uso se debía limitar a escasas actividades en línea. Casi nadie parecía concebirlo como algo que abre un sinfín de posibilidades para un desarrollo pleno del proceso educativo de los estudiantes.
Obligados por las circunstancias, los docentes empezaron a lanzar las primeras clases on-line, contando únicamente con su creatividad y su querer hacer las cosas bien, a pesar de que muchos nunca habían experimentado la docencia en un entorno fuera del presencial. Y así, de manera paulatina, se han ido sumando otro tipo de actividades de carácter extraescolar, de entretenimiento o de juego, con fines educativos o no, que pretenden aportar su granito de arena en este duro proceso por el que estamos pasando.

Ante el cambio de paradigma, nuevas desigualdades

Una vez que todo está en marcha, empiezan a surgir nuevas dudas razonables donde lo académico pasa a un segundo plano y comienza a adquirir importancia la valoración de las desigualdades que esta nueva realidad podría estar provocando.
Encontramos que cada colegio, instituto, universidad y Comunidad Autónoma establece su propio plan de actuación, diferentes entre ellos, y que limitan su proceso de adaptación. Los más avezados consiguen adaptarse a la nueva realidad y mantener, aunque sea de una manera distinta a la habitual, un ritmo “normalizado” de clases, tareas y exámenes, mientras otros, más anclados a estructuras presenciales, quedan atrás.
En este caso, se establece una primera desigualdad que no permite que en todo el país se avance de la misma manera ni al mismo ritmo, dando lugar a un importante malestar social, especialmente dentro del ámbito educativo. ¿Qué van a hacer los estudiantes que no tienen acceso a plataformas on-line, que no pueden hacer sus exámenes, que no pueden terminar sus temarios o que no pueden preparar la EBAU tal y como se esperaba?
Treetree2016 / Shutterstock

No todos los estudiantes tienen acceso a internet

Ante estas cuestiones que estudiantes, familias y docentes se plantean, se suman otras reflexiones que levantan un muro difícil de derribar y que nos hacen pensar en las características individuales de los alumnos y sus familias.
En primer lugar, y a pesar de que en España, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, el 91,4 % de hogares españoles tienen acceso a internet, a muchos alumnos, especialmente a aquellos en condiciones más desfavorecidas, se les priva de poder continuar con el aprendizaje curricular.
Pero también hay que sumar otros problemas a nivel tecnológico, pues no todos los hogares cuentan con ordenadores adecuados o suficientes (muchos tienen un solo ordenador para toda la familia, incluso ninguno), ni con impresoras o escáneres para poder realizar adecuadamente todas las tareas que se pueden exigir. Esta situación se agrava más aún en los hogares donde no hay una formación o experiencia previa en la utilización de estas herramientas.
También hay que tener en cuenta que, por su parte, los docentes se han tenido que poner al día, en tiempo récord, en el manejo de herramientas online, elaboración de recursos, así como para mantener el ritmo de aprendizaje de los alumnos adaptando el material de los contenidos programados para este curso educativo.
La brecha tecnológica se ha hecho más evidente que nunca. Todo esto ha generado una saturación en las familias y en los estudiantes de los niveles educativos más altos, que requieren un nivel de autonomía mayor y una mejor planificación.
En segundo lugar, preocupa el ambiente familiar en el que algunos estudiantes se encuentran actualmente, caracterizado por numerosas carencias y realidades como la violencia, la enfermedad o la falta de una estructura social que les apoye, y que les sitúa en entornos difíciles que no permiten dar respuesta a lo realmente importante, su bienestar.
Aún así, podemos encontrar una oportunidad para fomentar entre los alumnos la tan deseada y necesaria competencia de aprender a aprender, de ser autónomos en sus tareas y, en definitiva, de ser responsables de su propio proceso de aprendizaje. Una educación entendida desde la figura del docente con una labor de acompañamiento y desde una visión que coloca al alumno en el centro debería facilitar este proceso.

Y después del virus, ¿qué?

Nos enfrentamos a partir de ahora a un cambio social y educativo mucho más profundo de lo que posiblemente podíamos llegar a imaginar. Tenemos la oportunidad de generar nuevas respuestas a estas nuevas necesidades, y no solo de hacerlo, sino de hacerlo bien.
Todo parece indicar que el mundo online seguirá adquiriendo el protagonismo que merece, entendiéndolo como un entorno que convive con la presencialidad educativa, especialmente en el ámbito universitario, y que lejos de lo esperado nos permite interactuar y socializar más de lo que se creía, que nos permite emocionarnos con lo que hacemos y sentirnos parte de un todo, mucho más grande de lo que pensábamos.
Pero debemos tener presente que la educación online no consiste simplemente en adaptar de forma improvisada el contenido educativo a plataformas online para que los alumnos puedan enviar sus tareas y exámenes, dar clases virtualmente o establecer una vía de comunicación.
La docencia online requiere de un conjunto de recursos para asegurar que el estudiante esté acompañado en todo su proceso de aprendizaje, que se cuenta con los apoyos adecuados y con la experiencia y preparación necesarias para ofrecer recursos de calidad, trabajo en equipo entre docentes y estudiantes y, cómo no, un sólido modelo educativo y pedagógico.

jueves, 9 de abril de 2020

Sin acceso a Internet, la educación en cuarentena no llega a las villas porteñas

Impulsan un proyecto para que la Ciudad garantice la conectividad

La escasez de conectividad digital y de computadoras dificulta la continuidad pedagógica en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, mientras se extiende el aislamiento social. Según los testimonios recabados por PáginaI12, la mayoría de los consumos son vía celular y usando datos telefónicos, lo que los vuelve más caros en un momento crítico para la economía informal. El Frente de Todos presentó un proyecto para que el Estado porteño brinde acceso a Internet en forma gratuita en toda la ciudad.
Fuente: Página 12

 
Lorena vive en la villa 21-24. Tiene tres hijas. Y un solo celular. La más grande, de 15, tiene el propio, pero recibe diez trabajos prácticos por día de todas las materias a través de Internet. Lorena está trabajando --dado que hace tareas de cuidado a ancianos-- seis días a la semana, por lo que su celular tampoco está disponible. No tienen computadora, por lo que las posibilidades de que sus hijas menores puedan seguir educándose son nulas, mientras dure el aislamiento social. Como Lorena hay miles de casos en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, fruto de la falta de conectividad de Internet, que se suma a la carencia de servicios básicos en muchos de estos barrios. Según los testimonios que recabó PáginaI12, la mayoría de los consumos son vía celular y usando datos, lo que los hacen más caros y, en un punto, inaccesibles en cuarentena. Un proyecto presentado en la Legislatura plantea que el gobierno porteño debe avanzar en garantizar la conectividad en estos barrios.
"Esta problemática la estamos teniendo muchas de las madres sobre las clases virtuales que mandan los docentes de la primaria y de la secundaria", cuenta Lorena, en el barrio San Blas de la villa 21-24. "El principal problema es el acceso a Internet y los materiales de computadora. Muchos no tienen computadora o la que tienen no sirve, porque se vive bloqueando, dado que para que no se bloquee tiene que tener un acceso a Internet por lo menos una vez cada cinco días", relata. "Yo tengo tres nenas. La de 15 tiene un celular y yo otro. Tengo un día solo que estoy de casa. A una de ellas le mandan 10 trabajos prácticos por la plataformas de aulas virtuales, por lo que no puede prestar el celular. No hay forma de que accedan las otras dos. Y no puedo gastar todos los días en celular", explica.  "Para recargar crédito en el celular, necesitas mínimo 150 o 200 pesos diarios. La mayoría acá son empleadas domésticas o trabajadores de la construcción y, si no trabajás, no te pagan. Entonces, tienen que priorizar cargar crédito para que tus hijos hagan la tarea o comprar el kilo de pan o de carne. Estamos en una diyuntiva bastante jodida", remarca.

Lo mismo le ocurre a Inés de la Villa 31. "Está claro que no es lo mismo la cuarentena en Puerto Madero que acá. En la 31 hay un sistema de Internet, pero es privado y no es muy bueno. En mi caso pago tres líneas de celular. Se genera un gasto extra que es difícil de asumir, y más dificil para las compañeras y compañeros que no trabajan", advierte.

En la 31, a metros del Ministerio de Educación, funciona el bachillerato popular "Alberto Chejolan" para adultos, creado por la CTA Autónoma. Rafael es uno de sus docentes. "Hace pocos días nos comunicamos entre todos los docentes con las estudiantes y los estudiantes para evaluar algún tipo de continuidad educativa. La mayoría tiene un celular y la minoría, una computadora. En la mayoría de los casos son compartidos con sus familias. La conexión es en la mayoría por datos no por Wi Fi. Esto es un problema, porque la conexión es más cara o dura mucho menos".

En el barrio Fátima, en Lugano, ocurre algo similar: "La situación de la conectividad a Internet es un problema diario. A los alumnos y alumnas del barrio se les está haciendo imposible acceder a todo el contenido educativo. Así se sigue aumentando la brecha y se vulnera el derecho a la educación", indica Ariel Verón, referente de la Villa 3. "Los vecinos y vecinas te comentan que se tienen que caminar un par de cuadras para ir a un punto de la ciudad o una plaza para poder descargar los materiales educativos, así que ahí tienen que violar la cuarentena. Y si no tienen un punto cercano tienen que gastar los datos con la cuenta que tienen con los celulares. No sólo es caro, sino que es un servicio muy limitado", indica.

Estefanía es docente en la escuela primaria 19 del barrio Ramón Carrillo, en Villa Soldati. Allí reciben alumnas y alumnos de Villa Fátima, Piletones, La Esperanza y La Veredita. "Estuve en la puerta el miércoles entregando bolsones de alimentos y pude conversar con las familias. Una de las mayores preocupaciones era la falta de acceso al material que los docentes vamos subiendo semana a semana al blog de la escuela. 'Me gasté todo el saldo queriendo entrar a esa página', me dijeron", relata la docente. "A nuestras y nuestros estudiantes les falta su computadora (a primer ciclo, el Ministerio de Educación porteño no se las entrega hace años), hay algunas tablets que deben estar muertas de risa en la escuela", advierte.

"La Ciudad tiene que garantizar la conectividad"
En la Legislatura, que desde ahora funciona de manera virtual, la legisladora María Bielli (Frente de Todos) presentó un proyecto para que el gobierno porteño garantice el acceso inalámbrico de Internet en estos barrios. "En tiempos de cumplimiento del aislamiento obligatorio, se acrecientan las desigualdades que hay en la Ciudad. A muchos servicios básicos insatisfechos que tienen los barrios, se suma la falta de conectividad necesaria que hoy es un puente para acceder a otros derechos, ya sea los niños y a las niñas de poder llevar adelante la continuidad educativa que está propuesta por las distintas instancias de Gobierno y de los adultos de acceder a las medidas que están planteadas para paliar la emergencia. El Gobierno de la Ciudad tiene que garantizar la conectividad", remarcó la legisladora a este diario.

"Los vecinos y vecinas de los barrios gastan mucha plata en Internet y en el uso de los datos. La única posibilidad de acceder es mediante la telefonía móvil, porque en muchos de esos barrios no están hechas las conexiones para garantizar la conexión via Wi Fi. Y en un contexto donde las familias están perdiendo su ingreso diario, es un gasto que no puede ser llevado adelante", razonó. La legisladora citó como ejemplo el "Plan Atalaya" en Villa 20, un emprendimiento comunitario para ofrecer Internet, hecho por organizaciones sociales y por la UTN. Indicó que el gobierno porteño podría buscar convenios con experiencias similares. 

jueves, 2 de abril de 2020

Se fortalecen las bibliotecas con recursos digitales de variada índole


Todo el país. Cientos de recursos de información de diversos temas y gran cantidad de actividades a distancia han comenzado a desplegar algunas bibliotecas argentinas desde que se decretó la cuarentena.

La que lleva la delantera es la Biblioteca del Congreso de la Nación por los servicios que está prestando a la comunidad, con una catarata de propuestas en las diferentes plataformas de la institución: web oficial, redes sociales, canal de Youtube y BCN Radio. Los servicios virtuales ofrecen desde la tradicional lectura de libros digitales, pasando por entrevistas a esccritores, hasta instancias de capacitación en línea con talleres y cursos en línea. La propuesta que más se destaca se denomina Amigos en las redes donde artistas, narradores y cuentistas comentan sus lecturas, ideas y propuestas para aprender y compartir en los hogares. A lo que se añade la actividad Ciberbiblioteca hablada con la participación de la familia entera en momentos de encierro.
Por otra parte, el equipo de trabajo del Departamento de Archivos de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno difundió un mensaje muy claro ofreciendo la consulta en línea de los datos que contienen sus diferentes colecciones archivísticas, extensísimo fondo que puede estudiarse en estos momentos donde hay tiempo para hacer búsquedas pormenorizadas y reservar la lista para asistir allí cuando termine la pandemia.
Algunas bibliotecas universitarias han notificado un crecimiento exponencial del servicio de préstamo de libros electrónicos, obviamente por el confinamiento que los alumnos tienen y la apertura de clases virtuales en casi todas las casas de estudio.
También los museos argentinos se están acomplando a iniciativas a distancia y haciendo marketing para promocionar sus espacios. Un ejemplo de ello es el Museo de Arte Castagnigno de la ciudad de Rosario, donde ofrece un recurso para hacer una visita y recorrido a sus salas a través de internet. Seguramente hay muchas más iniciativas museísticas en todo el país. Así como las bibliotecas aquí mencionadas son más visibles, muchas otras de todo el país han reunido ideas para ofrecer servicios a distancia. Por la facilidad de su acceso y distribución, la red Twitter ha sido la aplicación elegida para enviar notificaciones sobre actividades que cada una realiza. Resulta imposible reunir detalladamente aquí todas las que han reforzado su comunicación con los usuarios, pero instamos a las que no lo hicieron a que se acerquen a su comunidad con ideas sencillas pero prácticas. Hay muchísimo potencial en internet que no se conoce y que la biblioteca puede ofrecer simplemente con disponer de cuentas de usuarios, convocar a jóvenes que conozcan las aplicaciones y moldear servicios para la comunidad donde cada biblioteca está inserta. [Fuente: https://sai.com.ar/bibliotecologia/boletin/r/bie167.html]

Cuarentena, internet y la incertidumbre

¿Qué haríamos sin señal?

Fuente: Página 12

Hace unos días el celular despertó sin la antena que anuncia la etérea presencia del WiFi y, en cambio, mostraba el ominoso 4G. Acontecía una de las pesadillas posibles: se cortó Internet. Actué con celeridad. Llamé a la empresa. Por supuesto tenían la grabación: “Estimado cliente. Hemos detectado un inconveniente en su zona. Estamos trabajando para solucionarlo. Le pedimos disculpas”. Mi incapacidad de negociar con el corte del servicio --siquiera veinte minutos-- me llevó a tuitear el reclamo. Dije la verdad: que necesitaba WiFi para trabajar. No estaba urgida: el trabajo podía esperar. No se trataba de eso sino del estrés que imaginaba. No ser capaz de hacer un pedido por internet (y no hago pedidos por internet pero, ¿si resultaba necesario?). Un poco más seriamente, temía quedarme sin teléfono, incomunicada, porque es el mismo servicio (aunque obviamente el celular seguía funcionando y estaba cargado). No poder escuchar radio, no poder ver televisión, no poder comunicarme con mis amigas, no poder no poder. Borré los tuits cuando se restableció el servicio porque apestaban a desesperación y me daban vergüenza.
Internet no me parece un servicio sino una necesidad vital: la gente que todavía dice vida virtual vs vida real me hace acordar a quienes llaman (¡todavía lo hacen!) caja boba a la televisión. Soy anfibia: conocí el mundo analógico total, pero ya no lo recuerdo. No me parece un desastre ni decadencia humana estar muchas horas chequeando el celular o scrolleando o googleando. Estoy a favor de la etiqueta en la interacción; también creo que la relación con internet puede ser adictiva. Pero es nuestra forma de vida.

Sin embargo, pasado el pánico del corte, me pregunté si este momento inédito global no sería mejor con menos horas de internet. Hay que desintoxicarse, me dicen. Nada más faćil de decir y más complicado de hacer. Lo primero por la mañana, antes de preparar el desayuno, antes incluso de ir a la cama es chequear redes. Llega un listado de reclamos para darle argumentos a un cacerolazo. Se comenta con exaltación. 52 mensajes en un grupo de WhattsApp, 43 en otro. En el primero, alguien debate con su conciencia sobre si denunciar o no al vecino que rompió la cuarentena. En el segundo alguien dice que está perdiendo la cabeza, que tiene miedo, que está en un grupo de riesgo. Le decimos que el sistema no está colapsado, que puede ir al hospital, pero llora y se desconecta. El primer hashtag de esta mañana era #caceroleatelachota por ese fantástico video de la vecina que insulta a los que cacerolean desde su balcón, dueña de un manejo de la puteada digno de los grandes actores nacionales. Pero el segundo hashtag era #Ecuador y no hay palabras para lo que se ve ahí ni capacidad de describirlo. Tampoco de olvidarlo.

Y la incontinencia. La gente harta de los aplausos. Los que hacen pan. Los que odian a los que hacen pan. Los que censuran a los que se quejan porque otros sufren más. Los que se estufan ante los medidores de sufrimientos. El sufrimientómetro. Los hiperactivos y serviciales. Los que están hartos de las actividades. Los que piden recomendaciones. Los que se enojan con quienes tienen balcón por alardear del balcón y el sol. Los que detestan a los que tienen patio. Los que tienen culpa por tener plantas y entretenerse. Los que se enojan con los que no usan lenguaje inclusivo. Los que creen que pensar en eso es de una levedad pasmosa. Los que se desesperan como náugrafos: necesito sacar el permiso para transitar, la página se cae, saben de un motoquero, cuándo abren los bancos, tengo que llevarle plata a mi mamá en provincia, mandale Glovo, no llega hasta su casa, cómo no va a llegar, acabo de chequear, pueden ir dos personas en un auto, ¿si o no? Mi amiga de Estados Unidos dice que todo el aire de Nueva York está contaminado. No, eso es una tontería. Doy una explicación temblorosa del virus en las gotas de saliva, toser en el codo, la vida flotante sólo en condiciones de laboratorio. Silencio. Un minuto después, manda el link de la nota para demostrar que ella no se tragó un fake. Se trata de un largo testimonio de una paciente neoyorquina; cuenta que, cuando fue al médico y le contó que había salido a andar en bicicleta, el profesional le dijo: “En la ciudad, ¿con la carga viral que hay? No es seguro”. La declaración del médico no implica que el virus esté flotando en el aire ni que se lo haya respirado, pero ella entendió eso y tiene miedo; no sé si los pacientes deberían contar en detalle todo lo que les pasa porque todos los pacientes son diferentes y los médicos también. No sé nada, como desde que empezó la pandemia. Sí estoy segura de que ya no podemos distinguir fake de real. O que es cada vez más difícil y que da vergüenza admitir haberse creído algo o la desmentida pública.
Y los morbos. Querer escuchar el famoso audio falso de la falsa médica del Malbrán. Preguntar en grupos: ¿alguien lo tiene? Si, alguien lo tiene. Pero está en modo Guardián Moral y no quiere enviarlo porque no hay que difundir ese tipo de canalladas. Totalmente de acuerdo, pero no es para difundir: es para satisfacer un ansia perverso de envenenamiento por infodemia. No, es la respuesta muy enojada. Es el encierro, dirán, la gente está susceptible y al límite. Muchas personas sufren el encierro de una manera espantosa por diversas razones: porque estuvieron obligadas al confinamiento antes, porque sufren trastornos de ansiedad relacionados con salir o no de la casa, porque la transitan con personas que preferirían ver menos, porque están en situaciones de convivencia muy complejas o violentas, porque los hijos agobian, porque no tienen espacio. (Y aclaro que no hablo de los más vulnerables sólo porque siento que es necesario aclarar todo. He visto ejércitos de trolls en la madrugada y es como la llegada de los Caminantes Blancos --¿alguien se acuerda de Juego de Tronos?). Creo, sin embargo, que lo más estresante es el miedo a la inminencia de la explosión sanitaria que, esperamos, confiamos, sea tenue o manejable. Es que, aunque se hayan tomado las medidas adecuadas, finalmente no sabemos porque el futuro no está escrito. No saber desespera. La vida es incertidumbre, por supuesto. Pero, a veces, esa incertidumbre se siente más. Y hoy se siente como una herida reciente, con los nervios cercenados, con la red gritando sin parar. 

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