El psiquiatra evolucionista Pablo Malo Ocejo, autor de ‘Los peligros de la moralidad‘ (Deusto), del blog ‘Evolución y neurociencias’ y músico de la banda de psico-rock The Beautiful Brains nos invita a adentrarse en un universo de saber y de mesura científica acerca de los grandes retos de nuestra época. Hablamos con él acerca de las tecnologías digitales, los trastornos mentales o la creciente polarización política.
Usted es psiquiatra, ¿cómo surgió esta peculiar combinación entre ciencia y arte que condujo a la creación del grupo de psico-rock The Beautiful Brains?
El origen se encuentra en una asociación que montamos unos cuantos médicos internos residentes de psiquiatra del Hospital de Zamudio y que se llamó Txori-Herri Medical Association. Por casualidad, coincidió que teníamos inquietudes literarias y musicales además de científicas. Lo primero que desarrollamos fue una revista que se llamó Txori-Herri Medical Journal, la cual era una parodia de las revistas científicas. La verdad es que la revista tuvo mucho éxito y nos generó mucho reconocimiento. También hacíamos las THMNews, un boletín de noticias sobre psiquiatría y psicología con un toque autocrítico. The Beautiful Brains fue la parte musical de este complejo lúdico-científico-literario-festivo.
Además de a la investigación, se dedica a la divulgación científica a través de sus libros y su blog, Evolución y neurociencias. ¿Es la población española consciente de la importancia de la salud mental?
Tanto mi blog (un poco abandonado últimamente en favor de Twitter) como mi cuenta de Twitter tienen varios hilos conductores. Es decir, no giran sólo sobre la salud mental. Es verdad que, por ejemplo, hablo mucho sobre el suicidio en ambos medios, pero también escribo sobre evolución, filosofía, ciencia en general o los cambios sociales que estamos viviendo. En realidad, el blog fue una especie de archivo personal. No obstante, creo que los temas de salud mental sí interesan mucho a la gente y mis publicaciones sobre ellos son muy seguidas y leídas.
«Ni la depresión ni el suicidio están solo en la cabeza de la persona: tienen mucho que ver con las relaciones y los conflictos interpersonales y sociales»
¿Poseen muchos de nuestros males o trastornos un origen ambiental o social? En este sentido, ¿qué ocurre con la privatización de la salud mental y del sufrimiento que ocasiona?
Este es un tema en el que suelo insistir bastante. En cuanto al suicidio y la depresión, creo que tenemos una visión de que el suicidio es una enfermedad mental que se cura con más psicólogos y psiquiatras que no es correcta ni completa. El suicidio es una conducta humana cuyas causas principales son dos: el sufrimiento o dolor psicológico insoportable y la conciencia –producto de nuestra inteligencia– de que si acabamos con nosotros mismos se acaba el sufrimiento. Por supuesto, la depresión es uno de estos dolores, y es un factor de riesgo importante, pero en la vida hay otras fuentes de dolor, como otras emociones (la venganza, la humillación, los sentimientos de culpa…), la pérdida del estatus y de la reputación, el deterioro físico, los conflictos interpersonales o laborales… que pueden mover al suicidio. El enfoque actual es incompleto. Ni la depresión ni el suicidio son cosas que están solo en la cabeza de la persona: tienen mucho que ver con las relaciones y los conflictos interpersonales y sociales.
Después de los peores tiempos de la pandemia de coronavirus, la tendencia en los países de la Unión Europea alrededor a los casos de ansiedad, depresión y suicidio ha crecido notablemente. Por ejemplo, sólo en ansiedad, un 25% más de casos desde 2020. ¿Cómo cree usted que debería abordarse esta situación? ¿Se reduce todo a la terapia cognitivo-conductual o la farmacología?
Yo me tomaría con escepticismo todos esos datos que se están dando, porque hay informaciones contradictorias. Hay estudios en Estados Unidos, Japón y otras naciones donde no se observa un aumento del suicidio o de los trastornos mentales ni durante ni después de la pandemia. En nuestra Red de Salud Mental de Bizkaia, por ejemplo, tampoco parece haber un aumento de nuevos casos ni de reinicios. Es posible que en ciertos subgrupos de población o en ciertas franjas haya aumentado la incidencia, pero creo que lo primero que habría que hacer es tener buena información sobre lo que está ocurriendo. Creo que hay un componente de moda o de pánico moral con este tema. No digo que no tenga un componente real, pero es difícil saberlo en estos momentos. Creo que necesitamos más datos.
«Para que la sociedad pueda actuar al unísono se necesitan unas creencias compartidas, y ahí es donde entra la religión y sus sucedáneos actuales»
En uno de sus últimos ensayos, Los peligros de la moral, señala que la moralidad es una amenaza para el siglo XXI. ¿Estamos desviándonos de la ética para crear nuevas supersticiones? Antropológicamente hablando, las evidencias parecen señalar que el humano necesita de la superstición para construir sociedad y vínculo social.
Decía T.S. Eliot que el ser humano no puede tolerar demasiada realidad. Y también decía Jorge Wagensberg que el individuo puede sobrevivir sin religión, pero que el grupo o la sociedad, no. Creo que la evolución que están siguiendo nuestras sociedades desde que Nietzsche mató a Dios en 1882 apoya estas afirmaciones. Se está confirmando lo que decía Chesterton de que cuando se deja de creer en Dios se pasa a creer en cualquier cosa. Me refiero a que el ser humano acaba convirtiendo todo en religión: el feminismo, el cambio climático, el antirracismo o la política. Todas ellas, y otras causas e ideologías, son nuevas religiones o tienen muchas de las características de la religión. Hemos visto a mucha gente y a senadores americanos de rodillas autoflagelándose tras la muerte de George Floyd en actos con un claro simbolismo religioso.
¿Necesitamos creer en algo, sea en lo que sea? En este sentido, ¿qué papel juega la fe en la construcción mental de significados ante la incertidumbre?
Se dice que religión viene del latin religare, «unir» o «crear vínculos». Para que la sociedad pueda cooperar y actuar al unísono se necesitan unas creencias compartidas, y ahí es donde entra la religión y los sucedáneos actuales de la misma. Como decía Eliot, el ser humano no tolera demasiada realidad ni tampoco demasiada incertidumbre. Preferimos creer en historias falsas que nos den una explicación de la realidad –y una ilusión de control– a admitir que no tenemos una explicación de la misma y vernos desvalidos. Una mala narrativa es mejor que ninguna.
En sus libros recalca el peligro que supone la política. ¿Es posible superar la idea del «animal político» aristotélico? Y de hecho, ¿puede haber otro tipo de sociedad que se mantenga en equilibrio sin la existencia de grandes sistemas políticos?
Al igual que no creo que podamos prescindir de la moralidad y parece que tampoco de la religión, no creo que podamos prescindir de la política como gestión de lo público. Sí creo, en cambio, que necesitamos despolitizar nuestras vidas lo máximo posible. Dada la ausencia o declive de la religión institucionalizada, la reducción de la familia a su mínima expresión, la disminución de vínculos con la comunidad y la mayor soledad e individualismo en la sociedad, la política se ha convertido en algo que da sentido a nuestras vidas. Nuestro propósito en la vida nos lo da ahora la política y la ideología. Cuando nos preguntamos «¿quién soy yo?», buscamos nuestra identidad en nuestra ideología política. Probablemente, no es buena idea convertir a la política en nuestra única fuente de realización e identidad personal. Además, estamos convirtiendo la política en un tema de «bien» y «mal», de buenos y malos, de blanco y negro (en un tema más de religión que de política), y eso creo que es muy peligroso. Siempre se había pensado que la gente podía tener diferentes ideas políticas, que todas ellas eran legítimas y que podíamos votar entre ellas. Ahora hay unas ideas que son las buenas (las de nuestro grupo) y las otras ideas que son las del demonio: fascistas, machistas, racistas, nazis… En mi opinión, este planteamiento se carga el juego democrático.
«Preferimos creer en historias falsas que nos den una explicación de la realidad a admitir que no tenemos una explicación de la misma»
Las redes sociales y los espacios digitales son esenciales en nuestros días. ¿Está cambiando el entorno digital la manera en que se estructuran nuestras redes neuronales? ¿En qué manera nos afectan, dado el también creciente número de casos de adiciones y dependencia producida por ellas?
En primer lugar, hay que decir que las redes sociales, los móviles y otras tecnologías han venido para quedarse y nos aportan cosas maravillosas. Y siempre ha habido en la historia humana una fobia a las nuevas tecnologías. El pánico actual con las redes, los videojuegos y demás es, por un lado, un episodio más de esta cadena del desarrollo tecnológico humano. Dicho esto, es verdad que toda tecnología tiene aspectos positivos y negativos y tenemos que intentar maximizar lo bueno y minimizar lo malo. Decía Edward O. Wilson que «el verdadero problema de la humanidad es el siguiente: tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología de dioses». Internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías explotan nuestras emociones paleolíticas: nuestros instintos sexuales, nuestra necesidad de estatus, nuestra necesidad de pertenencia y aceptación, nuestra apetencia por la información social (cotilleo) o nuestra necesidad de sentirnos buenos moralmente y de señalar esa catadura moral a los demás. Las redes sociales no han inventado nada, simplemente tocan o explotan nuestras emociones paleolíticas para captar nuestra atención y para que permanezcamos en sus plataformas, que es con lo que hacen negocio. Y es verdad que las redes cambian por completo el contexto en el que estas se expresan. Si antes una chica competía con las chicas de su pueblo para ser la más guapa o intentar conseguir aceptación social, ahora tiene que competir en Instagram o TikTok con, literalmente, millones de chicas que tratan de presentar en redes su versión más atractiva. De igual manera, las redes han abaratado el «señalamiento de virtud». Simplificándolo mucho, antes tenías que ir de voluntario a África para demostrar lo bueno que eras, pero ahora basta con soltar unos tuits agresivos contra el grupo rival para quedar como un héroe delante de los de tu grupo. Ha cambiado el terreno de juego en el que ventilamos nuestras emociones paleolíticas.
Como psiquiatra evolucionista, ¿cómo vislumbra el futuro que algunas personas están diseñando para la humanidad en torno a la unión de mente biológica e interfaces digitales?
De nuevo, creo que el desarrollo de la tecnología a todos los niveles y su aplicación a prolongar la vida humana, a proporcionar órganos de recambio o a fusionar tecnología y biología es irreversible. No hay vuelta atrás en nuestro camino hacia la conversión en «dioses». Vamos hacia un transhumanismo o post-humanismo donde iremos progresivamente enmendando la plana a la naturaleza, a la selección natural o a Dios como creador para las personas religiosas. No estamos de acuerdo con el mundo tal y como es y lo reconstruiremos a nuestra imagen y semejanza. Vamos a ver cosas que nadie creería y no tengo ni idea de cómo afectará esto a nuestro equilibrio psicológico y emocional ni de si nos llevará a la extinción.
Hace unos meses, unos investigadores japoneses consiguieron interpretar en imágenes pensamientos y sueños de diversos sujetos. ¿Hasta qué punto este tipo de tecnologías son legítimas en su desarrollo?
Creo que todas esas tecnologías nos van a poder ayudar a tratar mejor los trastornos mentales y a tener un mayor control de nuestra propia mente; un control que, de hecho, ahora mismo es mínimo. Pero como he repetido varias veces, también tendrán contrapartidas. Creo que estos avances sí son legítimos, pero que la sociedad tendrá que encauzarlos y ponerles unos límites. Creo que las posibilidades exceden a cualquier cosa que podamos pensar.
Por último, ¿qué opina de la hiperactividad de nuestro tiempo? ¿Cree que hay un desfase evolutivo entre el modelo de vida que vivimos y la configuración a la que nos dirigen nuestro ADN, adaptado a las condiciones de hace 30.000 años?
Sí, tenemos un claro problema de lo que en biología evolucionista se llama «desajuste» (mismatch) entre las condiciones en las que evolucionaron nuestros mecanismos psicológicos y las condiciones de vida en nuestras sociedades modernas. Instagram está haciendo aumentar los problemas de ansiedad y de malestar con el propio cuerpo de las chicas; los videojuegos hacen que los chicos se queden en casa porque en esos mundos virtuales pueden ser guerreros, jugadores de fútbol y baloncesto, héroes y todo lo que necesitan ser y muchas personas pasan ya de las relaciones de pareja y prefieren el porno, las muñecas hinchables y pronto los robots sexuales que probablemente estarán disponibles en breve… Pero el tiempo no espera a nadie, no podemos volver al pasado. Tenemos que enfrentarnos a todas estas novedades de la mejor manera posible.